
Leer un libro de la biblioteca pública o quitarle espacio al privilegio
Saco libros de la biblioteca cada cierto tiempo. Soy usuaria de la Biblioteca de Santiago desde hace doce años. He sacado libros leídos por varias personas antes que yo y, algunos, en que he sido la primera que se los lleva. El último que saqué fue Bajar es lo peor de Mariana Enríquez.

El martirio de las lecturas obligatorias: ¿es necesario leer un libro completo?
La continuidad de la lectura de libros está en crisis. Hace algunas semanas, El País México reportaba que estudiantes secundarios se oponen a leer un libro completo, llegando a considerar la lectura obligatoria un tipo de imposición tan innecesaria como autoritaria, por existir otras formas de aprender.

Entrar en contacto con la lectura
“O te toca. O no te toca”. Eso respondió Clarice Lispector cuando Julio Lerner, el conductor del programa de televisión brasileño Panorama (1977), le preguntó sobre la conexión de su literatura con los lectores más jóvenes: “Supongo que entenderme no es una cuestión de inteligencia, sino de sentir, de entrar en contacto (...) Yo sé que antes nadie me entendía y ahora me entienden”. Sobre esa capacidad de comprensión, el periodista insiste y ella, hasta el hartazgo, dice no entender qué cambió en las personas que antes no la entendían y ahora parecían hacerlo.

Leer también es salvar(se)
Aprendí a leer gracias a mi mamá. Historiadora, siempre estaba con un libro en sus manos, repasando la historia contemporánea de Brasil, los análisis de los procesos democráticos en Latinoamérica o los ensayos sobre la imagen de la mujer en la publicidad.

Hábitos lectores: En Chile, al 82% le gustaría leer más
Como lectora, leer libros físicos se me presenta como un movimiento muy natural, integrado a la vida como la biblioteca personal y la librería favorita. Sin embargo, quienes leemos regularmente más de 4 libros al año somos una minoría.

Leerle a mis hijos no sirvió para convertirlos en lectores
Tengo dos hijos, hoy altos y hediondos, pero cada noche, cuando aún eran pequeños y fragantes, solía leerles un cuento al momento de acostarse. Después de lavarles los dientes y ayudarlos con el pijama, acomodábamos bien los cojines, elegíamos los peluches que nos acompañarían en la lectura y abríamos un libro ilustrado —de Oliver Jeffers, Micaela Chirif u Oscar Wilde— con el que daríamos por cerrado el día.