El martirio de las lecturas obligatorias: ¿es necesario leer un libro completo?

 

La continuidad de la lectura de libros está en crisis. Hace algunas semanas, El País México reportaba que estudiantes secundarios se oponen a leer un libro completo, llegando a considerar la lectura obligatoria un tipo de imposición tan innecesaria como autoritaria, por existir otras formas de aprender.

La resistencia a la lectura obligatoria de la Gen Z acusa el autoritarismo que esconde la idea de tener que leer libros largos, o “clásicos”, además del esnobismo que subyace. Es innegable la superioridad intelectual que se despliega -con o sin el favor del lector o lectora del grupo- cuando se menciona haber leído una “gran novela”, o a un “gran autor”. Pero en el fondo hablamos de leer. De saber que la concentración que implica leer y seguir una historia por 300 páginas y más es un atributo positivo, que las sociedades y los Estados se encargan de incentivar, aunque las y los adolescentes de hoy piensen distinto. 

En Chile, la Encuesta de percepción de la lectura y lineamientos pedagógicos, de la División de Educación General (DEG), del Mineduc, publicada el 2021, arroja luces sobre la relación entre la Generación Z chilena y la lectura obligatoria.

La medición refleja que la extensión de la lectura se percibe como una dificultad por las y los estudiantes, quienes desean que los docentes den lecturas “que sean menos extensas”, “que no es necesario leer 500 hojas de un libro como para tener que comprender bien”, “que los libros no pasen de 250 páginas” y que los libros tengan “como máximo 150 hojas y con imágenes”.

Por otro lado, en septiembre de 2023, el Centro Español de Derechos Reprográficos (CEDRO) organizó en Madrid la mesa redonda ¿Cómo leen los jóvenes?, donde las y los exponentes coincidieron en que leen cada vez peor, y que es fácilmente constatable un retroceso en los niveles de comprensión lectora de los jóvenes, quienes hoy son lectores y lectoras impacientes, inconstantes y dispersas/os. 

Se supone que las lecturas obligatorias deben desarrollar e incentivar el hábito lector, pero debe haber algo fundamentalmente errado en querer inculcar un hábito por medio de la presión de cumplir con un plazo fatal, y una buena nota. En un mundo de imágenes, y de multiplataformas de contenidos,
¿cómo enseñamos el valor de leer?

Yo me volví lectora pese a la obligatoriedad de la lectura, no por ella. Las pruebas infumables de lectura, “pruebas objetivas” como las llamaba mi liceo, eran eternos cuestionarios con alternativas que reducían la comprensión lectora a un tema de memoria. A menos que leyera cinco veces el libro, extenso o breve, era imposible sacarse el 7.

Reconozco que tuve buenas lecturas en el colegio, pero una selección reducida a ciertos exponentes del boom latinoamericano -La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, o Cien años de soledad de García Márquez-, además de ser solo hombres y novelas, excluyendo otros géneros o autorías contemporáneas y chilenas sobre todo. Era el año 2006 cuando yo cursaba cuarto medio, y el último libro chileno leído fue la novela Coronación de José Donoso, publicada originalmente en 1957. ¿Cómo no iba a haber nada interesante publicado en casi 50 años?

Volviendo a la encuesta de la DGE, allí las y los estudiantes expresan como parte de su descontento con las lecturas obligatorias, que éstas no se elijan de acuerdo a los gustos personales, la poca variedad de títulos y lo extenso de los libros. Esto conlleva a que la imposición de la lectura genere estrés, incomodidad, sueño y flojera.

“Pero los libros que leo por mi cuenta me provocan una sensación de estar en mi propio mundo al estar completamente concentrada”, expresa un estudiante de 3° año medio en el informe de la encuesta. 

La petición más destacada de parte del estudiantado al profesorado, en pregunta abierta, es que la lectura esté “relacionada con nuestros gustos e intereses”, donde surgen propuestas: romances LGBTIQ+, feminismo, acción y aventura, e historias ilustradas. Además expresan que desean que los docentes lean libros junto a los cursos, que enseñen técnicas de concentración, incluso piden que vuelvan los 15 minutos de lectura silenciosa y se den más espacios en el colegio para esta actividad.

Las conclusiones del informe dan cuenta de que hay interés en la lectura, pero la imposición y la poca variedad se vuelven enemigos a la hora de efectivamente tomar un libro largo y comprometerse a terminarlo. En cambio, la libertad de elegir el texto y formato cambia la disposición, volviéndola más positiva.

La dificultad parece ser el compromiso que los libros exigen con una sola historia, ya que la Gen Z lee diariamente tuits, posts, subtítulos de videos, artículos de prensa, entre otras cosas. Nos toca recordar que lejos del aburrimiento y la tensión, la lectura es otra actividad que nos permite experimentar el ocio, la entretención, el desarrollo del pensamiento y la imaginación. 

 

 

Romina Reyes (Santiago, 1988). Escritora y periodista. Entre sus publicaciones están los libros Reinos (Overol), Ríos y provincias (Montacerdos) y el fanzine Parecíamos Eternas. Actualmente es tesista de la Maestría en Literatura Española y Latinoamericana de la UBA.

 
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