Hacer crítica literaria: un oficio de lectores

 

En 2023, tuve la oportunidad de dictar un taller de crítica literaria en la Biblioteca Nicomedes Guzmán, de Santiago. Me invitaron por mi trabajo en Revista Origami, donde comencé a escribir de libros en 2020, aunque no lo he hecho desde el 2023. También tuvo que ver mi labor como ayudante en una investigación sobre la crítica literaria desarrollada por mujeres en Chile. Gracias a estas dos experiencias laborales y formativas, pude pensar con otrxs, en formato de taller, el oficio de la crítica.  

Mi idea para ese espacio era, por un lado, revisar históricamente el fenómeno de la crítica literaria en Chile, para posteriormente, incentivar a los participantes a la producción de textos críticos sobre las obras finalistas del Premio Municipal de Literatura 2023. Pero a pesar de tener el poder de armar un programa así, en un lugar así, para compartir algunas ideas sobre aquello de lo que la crítica literaria se ocupa —y estar muy al tanto de ello—, no me consideraría una crítica literaria. Mas bien, prefiero verme como una estudiosa de la literatura que comparte sus lecturas, que reconoce sus dificultades con la primera persona, y por ello, está más cómoda hablando —y hablándole— a otros, a los libros, a los lectores. 

Escribo esto consciente de que la relación con los libros no se cultiva solo a través de la formación académica. La insistencia en clubes de lectura y espacios de formación, institucionalizados o no, públicos o privados, resalta la importancia de compartir la literatura con otros, entendiendo la literatura como un patrimonio cultural y un bien público.

Estoy segura de que la crítica no tiene por qué ser un ejercicio burgués que promueva un juicio incuestionable, patriarcal en muchos casos, capaz de silenciar libros y sepultar trayectorias. También, puede ofrecer herramientas de lectura a partir de una orientación crítica, porque la crítica, como propuso la crítica literaria Soledad Bianchi en un excelente texto, es, así como la escritura creativa, atrevimiento, invención y hallazgo

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En “La crítica literaria: ¿corazón, cabeza o apéndice? (hago crítica con la crítica a la crítica)” del 2015, la crítica literaria Soledad Bianchi revisa sus libros mientras reflexiona sobre su oficio y en torno a una frase del escritor argentino Jorge Luis Borges —“Acaso leer será fácil y escribir difícil”—, y otra del crítico venezolano Guillermo Sucre —“La crítica no vive sino de las obras, aunque también es verdad que las hace vivir” —. 

“Comienzo a revisar mis libros. Su callada compañía nunca deja de darme confianza y hasta cierto amparo; no obstante, necesito deshacerme de algunos (no lo deseo, pero debo hacerlo: estoy obligada al no tener sitio suficiente para guardarlos). Aparto varios y quedan espacios en las repisas, vacíos que me llevan a acomodar los restantes de modos diferentes, pausas que me guían a re-pensar ubicaciones, posiciones y, sobre todo, relaciones.”


Esta lectura de Bianchi fue una de las primeras que compartí en el taller de crítica, porque revela una relación con el oficio que me interesa. Como comentó uno de los estudiantes, el texto de Bianchi es el de una artesana que nos muestra cómo realiza su oficio. Aunque parece difícil reflexionar sobre el trabajo crítico de ese modo en un momento en que se sostiene que se ha academizado, que no estimula la discusión popular —en medio de una escena de efervescencia de lecturas críticas en medios digitales e independientes, muchos de ellos autogestionados—, incluso que no existe; fue fácil hacerlo junto a un grupo de personas de los 16 a los 38 años, con distintos intereses y formación, gracias al texto de Bianchi; una lectora especializada, académica y crítica literaria. 

Me interesaba la perspectiva de la crítica literaria como un oficio artesanal, porque contrasta con la tendencia de ver la lectura solo como un espacio de entretenimiento. Como señala el crítico galés Raymond Williams en Lectura y crítica (1958), para el reino del placer del texto que cierta crítica ligada al mercado establece, los intelectuales serían juzgados porque “no [podrían] ver que la mayoría [de las personas] leemos para ser entretenidos”. Pero la lectura del crítico —así como la de todo lector— no se reduce a la entretención, y sé que hay más criterios para valorar un libro que los del gusto. ¿Cómo hablamos del dolor de un texto si todo lo que abarcamos es su placer? El valor de la crítica literaria está en ese ir más allá de las intuiciones, más allá de las primeras lecturas, acaso para confirmarlas, acaso para cuestionarlas, pero definitivamente para ampliar sus sentidos de cara al texto y las lecturas realizadas; sentidos más allá de lo bueno, lo malo, la calidad o la excelencia. La historia lo ha ejemplificado, el criterio del gusto es un criterio deficiente a la hora de aproximarnos, de manera sensible, a producciones de sentidos como los libros; bajo él sí que se han sepultado trayectorias, libros, archivos completos. La crítica, así, se vuelve un medio para que también los lectores puedan acercarse a la complejidad que implica y exige la literatura, no necesariamente, ni solo, desde el placer de la lectura. 

Cuando Bianchi escribe sobre su encuentro con los libros, sabe que hallará asociaciones que la llevarán a repensar ubicaciones y relaciones. La crítica literaria, siempre como relectura. Las de la crítica con los libros, son conversaciones que propician interpretaciones con una profundidad mayor, que terminan por ampliar sentidos, en esa búsqueda inagotable de comprenderlos. Leer críticamente es siempre releer. Para Bianchi, es una exploración de las obras con la duda como impulso: “La crítica literaria y su ‘hacedor’ (...) no deberían tener absoluta seguridad ni afirmar, con aplomo, (supuestas) verdades ni dictar dogmas, al ser, siempre, una exploración, un ensayo, un sondeo, una lectura”.

Soledad Bianchi es parte de las primeras mujeres que ejercieron la crítica literaria en Chile de manera profesional y con formación en estudios literarios. Su trayectoria, que comenzó en los setenta, se vio atravesada por la censura, el exilio, la dictadura y el horror. Muchos de sus libros pueden consultarse en memoriachilena.cl y constituyen, como bien indica el sitio, memoria para Chile [como este]. Su compromiso intelectual, palpable en su trayectoria crítica, fue lo que comentamos en la sesión del taller en que leímos su obra. Digo "compromiso intelectual" porque no puedo dejar de mencionar el texto “Las formas del honor” de Beatriz Sarlo —en Tiempo presente (2003)—, donde la crítica argentina desentraña la propiedad simbólica del honor como categoría, su uso e historicidad, proponiéndolo, en su presente —que no es el nuestro, pero se le parece— como sustento moral para los intelectuales:

“Los intelectuales son ciudadanos cuyo único privilegio es el uso vocacional del tiempo para trabajar con materias que, producidas por otros intelectuales o por el pueblo, tienen en su base las marcas históricas de grandes esfuerzos colectivos y suponen formas de dominación. Ese privilegio, en mi opinión, impone deberes (…) Como sea, el trabajo bien hecho es ir en contra de lo que se cree seguro o conveniente y examinar las certidumbres propias con la misma pasión con que se juzgan las de los otros. Parece un programa mínimo, pero cualquiera que se lo haya propuesto sabe que es dificilísimo.”


Como se lee, un compromiso intelectual de esta índole implica tomar y formar una posición en la sociedad. Implica examinar las certidumbres propias con la misma pasión con que se juzgan las de los otros. Quizás, no se trate de lo fácil o lo difícil que pueda ser leer, escribir o escribir lo leído, como proponía Borges; sino de constituir lecturas, sea esto fácil o difícil, para aportar al debate público, con opiniones críticas que desafíen los canones establecidos y las lecturas dominantes. Aunque la dificultad pareciera alejarnos de los textos, creo que la crítica literaria nos recuerda que podemos insistir leyendo.

Al escribir sobre sus lecturas y la de El aprendizaje del escritor (1971) de Borges, junto a Guillermo Sucre y a todas las lecturas frente a ella, Bianchi elabora no un comentario sobre un libro, sino un pensamiento que le permite enmarcar un problema: la naturaleza —si acaso tiene una— de la crítica literaria, del discurso crítico. Por suerte, al hacerlo, también nos muestra su método. Dudar de lo dicho por Borges o Sucre no implica negar o confirmar lo dicho, sino afirmarlo, reconocer, legitimar, visibilizar, desde el trabajo con el pensamiento, la reflexión, profundización y movilización del pensamiento. La crítica redirige al objeto o sujeto que activa su argumento: porque remite a Borges, valida a Borges, y como es lógico, su reflexión excede la frase de Borges, o la de Sucre, o la de Benjamin, o la de.

Para Bianchi, más que hablar de lo fácil o difícil, se trata del fruto de un trabajo, de un tiempo, de una relación con los libros en la que nos hemos permitido madurar una lectura, como lo propuso Raymond Williams en Lectura y crítica (1958).

Williams afirma:

“Afirmar que es posible obtener placer de todos los libros va en contra de cualquier experiencia madura de lectura, que resulta no tener sentido alguno. De hecho, una vez realizada la distinción entre los diferentes libros, entramos, sin discusión, en el ámbito de la crítica.”

Si algo diferencia al crítico del lector, entonces, es cómo lee. Aquello que los relaciona, es lo que los distancia. Y eso no tiene que ver con una distancia de lo popular que implica una identificación con la palabra y el poder en una relación opresiva; aquella relación —Palabra y Poder— también puede emancipar, no está demás que lo recordemos. Si bien es cierto que el lector como el crítico comparten un punto de partida, no comparten uno de vista; su posición de lectura no se constituye en torno al mismo deseo, pero están enraizadas al mismo objeto que lo impulsa. O al menos, eso pensaba Roland Barthes, clásico de clásicos de la teoría literaria. En su libro Verdad y crítica (1966), el estructuralista francés define el deseo como ese abismo que hay entre una crítica y unx lectore. Según él, la lectora, al leer, desea la obra; la crítica, por su lado, al leer desea ya no la obra, sino su lenguaje.

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A menudo me he explicado el oficio de la crítica a través de la escena de Bianchi, similar a la de Christine de Pizan en La ciudad de las damas (1405( o la de Virginia Woolf en Un cuarto propio (1929): la de una estudiosa que revisa sus libros para propiciar un encuentro con ellos y una conversación con la tradición. 

Escribir sobre libros, hablar con la tradición. 

Es aquí donde el rol del crítico en la sociedad se vuelve más importante de lo que se quiere reconocer. La crítica literaria como aquello que mantiene viva la conversación literaria y al hacerlo, defiende el patrimonio cultural del olvido. Pero poder hacerlo en una escena donde el debate público se mira con sospecha y la lógica del consenso y la incorrecta identificación del silencio con el vacío amenazan con destruir los pocos espacios que todavía creen en la opinión pública; ejercerla, implica un trabajo de compromiso intelectual, que tenga por orientación la defensa del debate público y de la disidencia.

Y es difícil defender la disidencia. Pero no se trata de lo fácil o lo difícil.  

 

 

Gabriela Alburquenque (Santiago, 1995). Escribe, investiga y edita. Es directora de Revista Origami. Fue reconocida con el Premio Roberto Bolaño por su novela “Aviso de demolición” (Los libros de la mujer rota, 2022) y finalista del Premio Municipal de Santiago por el mismo libro. En 2023 publicó “Hacia una poética del silencio. María Luisa Bombal” (Editorial Catalonia), reconocido con el Premio de la Cátedra de Mujeres y Medios.

 
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