¿Vale todo a la hora de fomentar la lectura?

 

“Pagué cien dólares para que leyera un libro”. Así empieza el tierno y desesperado relato de una madre –la escritora canadiense Mireille Silcoff– sobre el día en que sobornó a su hija de doce años. 

Hasta entonces, la pre-adolescente nunca había agarrado un libro por cuenta propia. Sin importar cuál fuera, solo leía por obligación para el colegio. Jamás por placer. Aunque su mamá se esmeraba en describir los beneficios de la lectura, nada la convencía. “Ella decía que no le gustaba leer (...) tampoco le importaba. Y no veía en eso un problema”, escribe Mireille en The New York Times.  

“Le dije que los libros ofrecían narrativas; ella respondió ‘Netflix’. Le dije que los libros enseñaban historias; ella respondió ‘internet’; le dije que leer la ayudaría a entenderse más a sí misma y ella dijo ‘no, gracias. Solo voy a vivir’”. 

Nada sirvió. Ninguna palabra. Ningún argumento. Hasta que llegó el soborno. 

Veo los comentarios que llenan el posteo hecho en redes sociales. Una bibliotecaria dice que la lectura “es espejo”. Una madre dice “para casos desesperados, medidas desesperadas. No juzgo”. Otra usuaria asegura: “funciona. El hábito se instala y eso es todo lo que importa. Lo hice con uno de mis hijos y hoy él me dice que ya no necesita que le pague, porque el libro vale más que cualquier plata”. 

Más allá del acto de pagar en sí, este caso me hizo reflexionar sobre si vale todo, o no, a la hora de fomentar la lectura. ¿Qué hay en el placer de leer? ¿Qué hay en ese afán de impulsar a otras personas a hacerlo? 

En esa búsqueda, quienes amamos leer muchas veces hablamos desde un lugar de superioridad moral, porque no nos satisfacemos cuando un tercero simplemente lee. Recuerdo cuando tenía quince años y una amiga que nunca compraba libros de repente estaba devorándose todos los de la saga Crepúsculo. No la incentivé. Cuestioné su decisión. Le pregunté por qué mejor no leía a José Saramago o a Lygia Fagundes Telles, mis autores favoritos de la época. 

¿No es una actitud soberbia decirle a alguien ‘debes hacer lo mismo que yo’? ¿Tienes que leer este libro, conocer este mundo, descubrir estas palabras y miradas sobre la vida? 

A menudo estamos convencidos de que las personas no solo deben leer, sino que tienen que leer “buenos libros”. ¿Buenos libros según quién? ¿Y a qué nos referimos con ese adjetivo? ¿A que sean bien escritos, que sean éticos, que estén bien diagramados o bien editados? 

Hoy, lejos de aquella arrogancia adolescente, hago mías las palabras de Juan Villoro. “El derecho a leer malos libros es esencial a la formación del lector”. Además, como él bien destaca, beneficia a todos, incluyendo a quienes “habiendo aquilatado complejas formas del placer, de pronto necesitan los inciertos placeres de una obra menor”. 

Todo sirve para crear el hábito.
Y cada uno de los libros que leemos tienen una función.

Como bien dice Eliana Yunes, “aprender a leer es familiarizarse con diferentes textos conocidos en diferentes esferas sociales (...) para desarrollar una actitud crítica: de discernimiento, que lleve a la persona a percibir las voces presentes en los textos y percibirse capaz de tomar la palabra frente a ellos”. 

Así como no podemos obligar a una persona a hacer lo mismo que haríamos nosotros a la hora de enfrentar una ruptura amorosa, un duelo, una oferta laboral, un proceso migratorio, etc., no podemos imponer nuestras formas de leer. Cada forma de leer es un mundo aparte.

Lo importante, finalmente, es leer. En un mundo donde la ternura muchas veces se pierde, los libros nos reconectan con nuestro lado más sensible. Con nuestra humanidad. 

Creo que sí vale todo a la hora de fomentar la lectura. Sin embargo, en ese proceso tenemos que conectarnos verdaderamente con ese otro que quiere leer. Preguntarle qué le gusta, incentivarlo, hacer recomendaciones (no imposiciones), que nos vea leer y jamás ningunear sus elecciones.  

Aún no soy madre. Pero, cuando lo sea, ya sé que aceptaré de todo para que mis hijes lean. Incluso pagarles por ello.  

 

 

Amanda Marton Ramaciotti (São Paulo, 1993). Periodista
y profesora universitaria. Jefa de redacción de la revista Anfibia Chile. Autora del libro “No quería parecerme a ti - vivir con una madre con esquizofrenia”. 

 
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