Guía de lectura: La verdad detrás de los Best Sellers
Llevo un año obsesionada con leer Best Sellers.
Todo partió porque me enteré de que Sharp Objects, miniserie de HBO que amé, es una adaptación de una novela homónina, escrita por Gillian Flynn. Un nombre que ya conocía porque Gone Girl, otra de sus novelas, fue llevada al cine por David Fincher. Suficientes argumentos para decidirme a leerla, con la expectativa de leer algo que no me gustaría.
Partamos por definir: un Best Seller es un libro fácil del que todo el mundo habla, ciertas novelas que se ponen de moda y aparecen en todas las vitrinas, ya sea de librerías de nuevos y usados, como libros de segunda mano, en bibliotecas públicas y digitales. Sobre todo el libro de vereda, ese que te venden pirateado en la calle. Un tipo de literatura que se define no por el contenido, sino porque se consume masiva y compulsivamente y genera miles de ventas, hasta millones.
Sharp Objects trata sobre una periodista que vuelve a su pueblo a investigar una serie de asesinatos a adolescentes. Ella se automutila y carga sus propios traumas, producidos por una madre que mata con sus cuidados, literalmente. El estilo de Flynn es semejante al de Raymond Carver, pero en un universo dramático de neurosis femenina.
Tras la lectura, me sentí entre la envidia y la admiración. Quise leer más libros de ese tipo, fenómenos de ventas en sus contextos, pero esta vez aproximándome al tema con ojo de investigadora. Ya que en el eterno lamento del mundo del libro porque “la gente no lee”, lo cierto es que el género que crea y sostiene audiencias de lectores/as es el del Best Seller.
Los Best Sellers, ¿nacen o se hacen?
¿Hay una fórmula para escribirlos, o son un fenómeno impredecible?
En mi camino he leído Best Seller de todos los géneros: Leí Carrie de Stephen King, una novela de estructura no convencional donde el caso de la chica con poderes telequinéticos de pueblo es reconstruido con recortes de diarios, testimonios de testigos, extractos de la investigación y un par de voces narrativas.
Leí Oppenheimer, el prometeo americano, la biografía del creador de la bomba atómica (base del guión de la película de Nolan), un libro de una prosa simplona y aburrida, pero de gran contenido informativo para las y los amantes de la Guerra Fría.
Leí Sexo en Nueva York, de Candance Bushnell y El fin del amor: querer y coger de Tamara Tenembaum. El primero, crónicas de solteros en Nueva York, la versión literaria
de Sex and the city; el segundo, la historia sexual de una generación criada por el conservadurismo religioso sudamericano y su encuentro con la libertad sexual como forma de vida en clave filosófica. Ambos divertidísimos, pero ¿cuándo no ha sido divertido escribir de sexo?
Llegué a La Parábola de Pablo de Alonso Salazar, crónica periodística que inspiró la serie El Patrón del Mal. Ahí anduve perdida un rato, en la literatura sobre Narcoterrorismo, del que rescato -por motivos de morbo- Amando a Pablo, Odiando a Escobar, de Virginia Vallejo, presentadora de la televisión colombiana y amante del patrón, quien suelta todo el chisme sobre las fiestas y la forma de vida de los narcos, en un libro que por lo demás está lleno de clichés sobre la heterosexualidad.
Voy juntando varias razones por las que me gustan los Best Sellers: tienen historias increíbles, reales o ficticias, que mantienen presa mi atención.
Hay Best Sellers que impactan la cultura, como Harry Potter o Juego de Tronos, hay otros que solo son mala literatura, como 50 sombras de Grey, pero yo tiendo a creer que hay belleza en la literatura que cautiva a las masas.
Ahora recuerdo que de niña leí Best Sellers de Isabel Allende y de Marcela Serrano, y en mi formación me sirvieron para contrastar aquella escritura con esa otra que me parecía más “literaria”, mejor, despreciando ese otro libro de consumo fácil. Como si quien leyera a Allende o Serrano no fuera la misma que luego lee a Borges, a Bolaño y a Mistral.
Yo misma soy esa lectora. Porque cuando a una le gusta leer, lee de todo.
Supongo que a los 35, mi ego de lectora ya no es tan frágil, y no tengo drama en intercalar mis lecturas más cabezonas con estas más amables, que me divierten. Tanta gente opinando lo mismo no puede estar tan equivocada, algún tipo de verdad habrá encontrado.
Guía de lectura:
Sharp Objects, Gillian Flynn (2006).
“El estilo de Flynn es semejante al de Raymond Carver, pero en un universo dramático de neurosis femenina”.
Carrie, Stephen King (1974).
“Una novela de estructura no convencional donde el caso de la chica con poderes telequinéticos es reconstruido con recortes de diarios, testimonios
de testigos, extractos de la investigación y un par de voces narrativas”.El fin del amor: querer y coger, Tamara Tenembaum (2019).
“La historia sexual de una generación criada por el conservadurismo
religioso sudamericano y su encuentro con la libertad sexual como
forma de vida en clave filosófica”.Amando a Pablo, Odiando a Escobar, Virginia Vallejo (2007).
“Todo el chisme sobre las fiestas y la forma de vida de los narcos,
en un libro que por lo demás está lleno de clichés sobre la heterosexualidad”.Paula, Isabel Allende (1994).
“De niña leí Best Sellers de Isabel Allende, y en mi formación me sirvió
para contrastar aquella escritura con otra más “literarias”, despreciando
al libro de consumo fácil. Como si quien leyera a Allende no fuera la misma
que luego lee a Bolaño y a Mistral”.
Romina Reyes (Santiago, 1988). Escritora y periodista. Entre sus publicaciones están los libros Reinos (Overol), Ríos y provincias (Montacerdos) y el fanzine Parecíamos Eternas. Actualmente es tesista de la Maestría en Literatura Española y Latinoamericana de la UBA.