La ciencia de un club de lectura
En todos los libros que he publicado se repite el mismo nombre en los agradecimientos: Magdalena. Así se llama quien fue mi profesora de literatura durante tercero y cuarto medio; su influencia se ha extendido en mí desde entonces, tanto en mi carrera de escritora, como en mi vida de lectora. Magda, Miss Magda en ese entonces, como la gran profesora que es, supo potenciar mi deseo lector compartiéndome libros que me interesaran, motivándome a que me inscribiera en talleres literarios y, sobre todo, escuchándome. Convertía nuestras clases en auténticos clubes de lectura, y me hizo apreciar profundamente la oportunidad de leer en colectivo.
Desde entonces, anhelé muchísimo volver a leer en espacios así.
Entrar a la universidad, o más bien, entrar a estudiar derecho, aplastó todo mi gusto por la lectura. Lo aniquiló. Afortunadamente, la vida cambia y pude tomar mejores decisiones que me regresaron a mi lugar feliz: los libros. Leer parece inherentemente una actividad solitaria, pero primero alguien nos leyó, hubo un momento donde necesitamos de alguien para hacerlo, porque no sabíamos o estábamos aprendiendo. Luego, cuando pudimos hacerlo solas, lo volvimos un espacio íntimo, nuestro, que a veces rompió con su propia soledad ante la necesidad de comentarlo con alguien, de digerirlo fuera de nosotras. ¿Un club?
Por mucho tiempo sostuve la idea de que los clubes de lectura eran algo de señoras mayores; señores mayores gringas, además. No sabía dónde existían, ni cómo operaban, hasta que mi abuela paterna comenzó un club de lectura con sus amigas, lo cual mantuvo mi prejuicio de actividad de señora mayor, ahora latina. Mi abuela es una lectora voraz, una señora muy sociable que supo juntar sus dos pasiones: ver a sus amigas y leer. Una de sus anécdotas favoritas fue cuando me saqué una foto con Isabel Allende y ella pudo alardear de mí con sus compañeras del club: su nieta escritora con la autora favorita del grupo. Ahora mantiene esa foto enmarcada en su librero.
Pensé que cuando fuera mayor como ella, tendría un club de lectura
con mis amigas. Pero no tuve que esperar tanto tiempo.
Los clubes de lectura siempre han existido, tal vez no eran tan masivos como lo son hoy, pero han sido un lugar permanente para muchísimas personas en bibliotecas públicas, juntas de vecinos, organizaciones sociales y diversos espacios comunitarios. Yo partí haciendo talleres de lectura. Ahora que lo pienso, es prácticamente lo mismo. Me inventé esa distinción porque sentí que sonaba más cool y porque no leíamos libros completos, sino que extractos que yo seleccionaba. Pero era básicamente eso: un grupo de personas que se juntan a hablar de ciertos libros alrededor de una temática.
Hasta que un día me animé a hacer un club de lectura como tal. Llevaba un par de años aferrada a leer libros sáficos porque me había encontrado con ese lado de mí misma. Necesitaba leer sobre la experiencia de otras mujeres que aman a mujeres, pero no era suficiente, también quería juntar a personas que estuvieran viviendo lo mismo y que desearan comentar esas lecturas. Así nació el club de lecturas sáficas, el cual ha tenido cuatro versiones donde hemos leído a Gabriela Mistral, Safo, Nosis de Locri, Annemarie Schwarzenbach, Cristina Peri Rossi, Carmen María Machado, Adrienne Rich, Romina Paula, entre varias más. Leímos cuentos, novelas, poesía, ensayos, cartas; lo que aunaba a estas lecturas era la temática sáfica y ocurrió justo lo que esperaba: me topé con muchas mujeres que querían fervientemente encontrarse, verse, entenderse en la literatura. Y sí, fue un club de lectura, pero también fue un espacio donde compartimos experiencias, nos quejamos y también donde nos sentimos acompañadas.
Ahí supe que los clubes de lectura, o por lo menos los míos,
parten de una obsesión.
Y la siguiente fue el raro latinoamericano.
Armar el club Raras: literatura latinoamericana de lo extraño, fue una experiencia distinta a la anterior. No tenía todos los libros que quería incluir hirviendo en mi biblioteca, más bien tenía varios nombres de autoras cuyos trabajos literarios venía siguiendo hace un rato y muchas ganas de leer cosas raras. La primera que incluí en la lista fue a la autora boliviana Liliana Colanzi, con su libro Ustedes brillan en lo oscuro, de la editorial española Páginas de espuma, que había sido ganador del Premio Ribera del Duero. Quería incluir a otras autoras que me parecía que tienen una obra rica e interesante, pero que no fueran tan conocidas en Chile (a excepción de Samanta Schweblin), a pesar de tener carreras bastante consagradas. Así sumé también a Giovanna Rivero, cuya edición boliviana de Tierra fresca de su tumba me tenía cautivada y además había sido publicada en Chile por Los libros de la mujer rota. Dos bolivianas de seis, un número que me ponía contenta porque se lee poca literatura boliviana acá.
Luego pensé en argentinas: Samanta Schweblin, la opción más obvia, ahí estuve buscando algún libro de ella que no haya sido mega hit como Kentukis, Distancia de rescate o Pájaros en la boca, y me decidí por Siete casas vacías, también de Páginas de espuma y ganador del Premio Ribera del Duero. Después recordé a Ana Llurba, a quien iba a presentar hace unos años atrás con su libro La puerta del cielo, pero su vuelo se canceló y no alcanzó a llegar a Santiago. Me había gustado muchísimo esa novela, pero ansiaba leer algo más reciente de ella y también quería incluir a más editoriales chilenas, así llegué a Constelaciones familiares de la editorial Imbunche. Dos bolivianas y dos argentinas. Faltaban dos más.
Mónica Ojeda era la otra autora cuyos libros me hacían ojitos hace tiempo. Entre Nefando y Mandíbula, me decidí por el segundo solo porque estaba situado en Latinoamérica. La escritora ecuatoriana es una de las grandes referentes del raro y no podía faltar en mi club.
La última en llegar fue Rita Indiana. Pensé en incluir a otra ecuatoriana para que fueran dos autoras por país, pero sentí que le faltaba caribe a mi club. Tenía muchas ganas de sumar el libro que tiene publicado en Chile por Banda Propia, Hecho en Saturno, pero La mucama de Omicunlé me parecía el más raro de todos.
Así armé mi segundo club de lectura, que requirió más investigación y decisión que el anterior, y que llenó tres meses de mi vida de lecturas raras, desviadas, extrañas, oscuras; entre gótico tropical, terror sudamericano, horror cotidiano y ciencia ficción chamánica, estos seis libros tenían de todo. Fue increíble, intenso, alucinante y agotador.
Recuerdo que después del último club pensé: ahora solo libros –normales–.
Hacer talleres y clubes de lectura de manera constante, me ha permitido tener cierta continuidad entre las asistentes, es de las cosas que más me alegran. No solo porque piensen que mi selección es interesante, sino porque permite que se genere una familiaridad en el club. Es lindo conocer cómo lee la otra, qué cosas le interesan y cuáles le desagradan, poder imaginar “a la Isi le va a encantar este cuento”, “la Andy devorará este libro”, “la Ale se va a morir con esto”, y sorprenderme cuando me equivoco.
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De a poco he ido construyendo ese espacio que disfrutaba tener en la sala de la Miss Magda, sin lo peor del colegio, las notas, la obligatoriedad. Pero con todo lo lindo que aprendí ahí: abrirse a las interpretaciones de la otra, expandir los análisis, practicar la escucha, compartir la propia vulnerabilidad que existe en la experiencia lectora.
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Me gusta pensar también que con la Magda hemos construido un club de lectura permanente y espaciado en estos diez años que han pasado desde que salí del colegio. Nos recomendamos libros, comentamos aquellos comunes, hablamos de nuestras lecturas y actividades literarias como una manera de permanecer en la vida de la otra, lo cual no siempre es sencillo, especialmente porque ella ahora vive cruzando el Atlántico. Pero la literatura nos ha permitido eso, una comunicación que escapa del tiempo y el espacio.
La próxima semana viene a almorzar a mi casa y ya estoy armando una lista de todos los libros de los que le quiero hablar.
June García Ardiles (Santiago, 1996). Es periodista y escritora. Autora de Tan linda y tan solita, y la saga infantil El mundo de Lulú. Realiza clubes de lectura y talleres de escritura.