Audiolibros: Escuchar también es leer

 

Vivo en el campo hace unos años, a una hora de la capital. La gente suele preguntarme si no me da lata viajar a Santiago. Suelo contestar que sí, pero no es del todo cierto. Por supuesto que me agota el mareo de los tacos, la irritación de las bocinas, estar siempre atrasada, corriendo; precisamente lo que me hizo huir de la ciudad.

Pero la verdad es que el hecho de encerrarme sola en el auto, tomar carretera y apretar monótonamente el acelerador en una sola dirección, es un momento que ansío especialmente en la semana. Ese trayecto de mi casa a la entrada de Santiago es un tesoro; a veces me quedo en silencio en esa quietud, otras escucho música o canto, otras me río a carcajadas sola con un par de podcast que adoro. Pero la mayoría de las veces aprovecho ese tiempo a solas para leer. O más bien, escuchar.

Últimamente leo más escuchando que con los ojos.

Hace ya varios años que es poco el tiempo que tengo (y que me doy) para estar tranquila y en silencio leyendo concentrada y sostenidamente, sin las distracciones desatadas que surgen de mi evidente TDA. No diría que es la vida doméstica, o el excesivo trabajo, esas son excusas. Es el celular, la tele y las ganas, al final del día, de permanecer pasiva ante una pantalla. Por eso, cuando tengo esa hora de carretera, me gusta darme el tiempo de leer… escuchando. 

Mi gusto por los audiolibros comenzó en un viaje al sur con mi familia. Apenas mi hijo se dormía en el auto, yo aprovechaba de apagar sus cuentos infantiles (porque él también lee escuchando) para adentrarme en El diario de Ana Frank, un libro que leí de niña en el colegio, como la mayoría de los escolares, y que no supe apreciar lo suficiente, como muchos escolares. Ana me acompañó durante semanas, por la carretera, pero también cuando cocinaba, limpiaba, me duchaba o le hacía el quite al trabajo. Me fue contando su historia y a ratos me sorprendió llorando, cual señora escuchando radioteatro. Veinte años después de esa primera lectura en la adolescencia, volví a conocer a la mujer que fue Ana, su increíble autoconsciencia y honestidad, su madurez y espíritu libre. Su lectura audible me dejó con la imagen de ella mirando el castaño florecido por la rendija de la ventana, mientras Holanda y el mundo estaban en ruinas, aferrándose a la belleza como el último de los refugios. 

Luego de esa primera experiencia no me detuve. Decidí dejar para la escucha aquellos clásicos que leí cuando más joven, en otra vida, y que sé no volveré a tomar físicamente, porque de hacerlo competirán con la ruma de novedades que tengo en el velador. Solo para la quietud de la carretera me reservo aquellos libros. Así, Ana Karenina me acompañó durante largas semanas, con sus idas y vueltas en el amor. Le siguieron Don Quijote de la Mancha, La Odisea, La Ilíada, Hamlet, Drácula, Crónicas Marcianas, 1984 y ahora por estos días Cien años de soledad

El audiolibro no es un formato nuevo. Ha crecido significativamente en popularidad en las últimas décadas, pero su historia se remonta a más
de un siglo, de la mano con la historia de la grabación, cuando surge el fonógrafo y el interés por preservar la voz humana en el tiempo.

Desde entonces el formato ha evolucionado y migrado de soporte: discos de vinilo, cassettes, discos compactos, audio comprimido y plataformas digitales. Los primeros audiolibros vienen de la década de 1920 en Estados Unidos e Inglaterra, cuando se desarrollaron grabaciones de libros en discos de vinilo para personas con discapacidades visuales. Durante las décadas de 1960 y 1970, estos audiolibros comenzaron a expandirse a más público.

Ya con la aparición de los cassettes en la década de los 70, y más tarde en los 80 de los CDs, los audiolibros se hicieron más accesibles para el público en general. En 1997 nació Audible, la primera plataforma de distribución de este formato y que en la actualidad es la más popular en el mercado mundial. Hoy, la tendencia es crear plataformas independientes colaborativas donde cada usuario comparte sus propias grabaciones. 

Pensando en una cronología personal: mi padre aún guarda un vinilo de cuentos infantiles que escuchaba con sus hermanos en su infancia de los años 50 (su cuento favorito era El violín encantado). Yo me recuerdo de adolescente escuchando el CD de 20 poemas de amor y una canción desesperada en versión inglés relatado por actores gringos (aunque no entendía nada, me gustaba ir siguiendo el sonido y compararlo con el original). Hoy, mi hijo me pide todo el día, sin exagerar, sobre todo en invierno cuando no puede salir a jugar, que le ponga sus cuentos favoritos (entre ellos los relatados por la actriz Elisa Zulueta). Y yo viajo en carretera emocionándome con personajes clásicos de la literatura.

Me gusta pensar que el gusto por los audiolibros en mi familia ha seguido esa misma evolución histórica en la línea de tiempo. 

Actualmente, a nivel mundial, el mercado de audiolibros se proyecta a $15.1 mil millones para 2027. En Estados Unidos, uno de los mayores productores de audiolibros, se estima que 57 millones de personas los escuchan anualmente. A nivel internacional, países como el Reino Unido, Alemania y Francia también han experimentado aumentos considerables en ventas, reflejando una tendencia global, respaldada por el avance tecnológico y el auge de las plataformas de streaming, donde el 45% de los audiolibros se adquieren a través de servicios de suscripción. Un poco más de datos: la plataforma sueca Storytel tiene más de 10.000 audiolibros. Esta empresa fragmenta el mercado en dos grupos, un 50% de usuarios que no leen en formato impreso y el 50% restante tiene la intención de aprovechar sus tiempos muertos leyendo. Tal y como me pasa a mí, el 60% de los oyentes tienden a escucharlos mientras hacen otras tareas; limpiar la casa, hacer deporte o manejar en carretera. Eso es lo que hace que esta forma de consumo sea especialmente atractiva hoy en día, no solo porque los niveles de actividad y movilidad son intensos,, sino precisamente porque nos damos poco tiempo para echarnos a solo leer.​ 

Los audiolibros han abierto una puerta hacia nuevas formas de disfrutar la literatura, adaptándose al ritmo acelerado de la vida actual y ofreciendo una alternativa para quienes encuentran difícil concentrarse en el papel. Escuchar también es leer, y el acto de escuchar una narración permite redescubrir los textos de maneras inesperadas, otorgándoles una nueva vida a través de la voz. Pienso que los audiolibros no solo democratizan el acceso a la literatura, sino que también acompañan nuestros momentos más íntimos y cotidianos, transformando cualquier trayecto, tarea o pausa en una oportunidad de lectura.

 

 

Catalina Infante Beovic (Buenos Aires, 1984) Es escritora, editora y periodista, con más de 15 años de experiencia en el rubro editorial. Autora de nueve libros publicados, entre ellos Todas somos una misma sombra (Neón, 2018) y La Grieta (Emecé, 2023).

 
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