Los libros no se botan, se regalan

Es curioso lo que se puede descubrir en la basura de otros.
Hay personas que todas las noches pasan revisando los tachos de la basura en la avenida en la que vivo, buscando algo que les sirva, como ropa en buen estado o algo que esté en condiciones de ser vendido o reutilizado.

Hace unos días, por la misma avenida, frente a uno de estos contenedores, había ocho libros de clásicos infantiles: Fahrenheit 451. de Ray Bradbury, La Metamorfosis y otros relatos, de Franz Kafka, La Rebelión en la Granja, de George Orwell y otros libros de cuentos escolares. Eran de la clásica editorial Zig Zag con su portada verde y letras blancas con una ilustración en la parte superior. Los libros que recuerdo perfectamente mi papá compraba en las librerías de San Diego para las pruebas del colegio o que, incluso, venían con los diarios una vez a la semana, como los Icarito. Estaban apilados uno sobre otro, eran los originales y estaban en buen estado. Los tomé, mirando hacia los lados pensando en que quizás ya eran de alguien que había encontrado antes que yo ese tesoro. Pensé, entre la sorpresa y la nostalgia, en la razón que tendrían para haber botado estos libros que leímos en el colegio mi generación de los noventa y que se siguen leyendo. Y, en realidad, con cualquier libro.

Imaginé que venían de parte de alguien que intencionadamente los dejó ordenados sobre la basura sabiendo que una persona como yo, que acumula libros y que siente un valor excepcional por esas
palabras que están ahí entregadas al lector, se los llevaría.
Los recibí como un regalo.  

En un antiguo edificio en el que viví, una vecina escritora y bibliotecóloga tenía la costumbre de organizar una jornada de intercambio de libros. Más de una vez la vi acomodar cajas de libros que vendía o regalaba en el hall del edificio. También les pedía a los vecinos que pudieran aportar con los suyos. El día en que se hacía esta actividad, las y los vecinos se acercaban y escogían algo que pudiera nuevamente avivar su interés lector. Si había libros que ya estaban llenándose de polvo en los libreros, esa era la oportunidad para sacarlos. Una buena forma de hacer comunidad en el edificio mediante el libro. Desde ahí, nos hicimos amigas y yo bajaba al segundo piso a revisar sus libros y a conversar. 

Como esta, se han creado instancias de intercambios de libros o ferias del libro usado que cada vez suman más personas interesadas en lo que otros ya leyeron o los pasan para que circulen en estos espacios literarios. Cada verano, por ejemplo, se realiza la Feria del Libro Usado en la Universidad Mayor que lleva casi treinta años siendo un espacio a disposición de numerosos stands de libreros independientes.

Es, sin duda, una alternativa frente a los altos precios de los libros nuevos que pueden costar quince o veinte mil pesos.

Buscando las novelas de Gabriel García Márquez, el Amor en los tiempos del Cólera, El coronel no tienen quién le escriba y los Funerales de la Mamá Grande, encontré que en Green Libros las vendían por no más de seis mil pesos, todas publicadas por Editorial Sudamericana. Desde 2009, esta librería se dedica a vender libros de segunda mano. Mantiene buzones en diferentes puntos de la Región Metropolitana y uno en la Región de Valparaíso en los cuales se recolectan libros usados, ya sea de uso escolar o de literatura general. En el caso de los textos escolares, se encargan de dejarlos en perfectas condiciones para ser reutilizados. Los recolectores están ubicados en distintos espacios: bibliotecas, cafés literarios, centros comerciales hasta colegios. Esta manera de hacer circular los libros los ha llevado a recolectar 1.800.000 libros y a hacer más de 40 millones en donaciones para implementar bibliotecas en zonas vulnerables. 

Hay un librería por el barrio Matta Sur, en Santiago, que se llama “Libros de ocasión”. Es como un museo de libros antiguos: se podrían pasar horas revisando antiguas ediciones de clásicos de la literatura universal, chilena, enciclopedias, manuales, libros de ilustración, entre tantos más. Idealmente, compran libros de bibliotecas particulares que estén en buen estado, pero también reciben donaciones. 

“La gente viene a deshacerse de los libros”, me dice al teléfono un vendedor que trabaja hace seis años allí.

Aquí, un libro puede costar entre trescientos y siete mil pesos. Hay desde novelas universales hasta libros “de nicho”, como se refiere el vendedor a los libros especializados, ya sean científicos o cualquiera dirigido a intereses muy específicos. Hay también criterios para aceptar donaciones y comprar libros usados. Entre los más evidentes están que el libro tenga todas sus páginas, que sean legibles y esto conlleva que sean originales porque en las copias la tinta se va difuminando. Hay otro aspecto que se trata casi de un “estado de salud” del libro y es que no tengan hongos por la humedad porque con tal de que uno esté así, “contagia” al resto de los libros. Lo importante de cuidarlo es que llegue en las mejores condiciones posibles al próximo lector. 

Esa tarde, llegué a mi departamento a hojear los libros que encontré en la basura. Entusiasmada por reencontrarme con mi  versión de lectora adolescente, leí hasta el cuarto capítulo de Rebelión en la Granja. Han pasado muchos libros desde ese momento: varios dejados a la mitad, otros tantos terminados. Sentí curiosidad por comprender, hoy con más herramientas, lo mucho que tenía que entregarme ese libro. Le pregunté a mi compañera de casa si ella también, como yo, los había leído. Me dijo que sí. Le leí un párrafo que me pareció excepcional. Gracias a quien dejó esos libros, por recordarme a personajes entrañables como Bola de Nieve y Hoja de Trébol, y también por la invitación a la relectura. 


 

Natalia Figueroa (Santiago, 1992) es periodista. Participó en los libros “Siete perfiles de un Chile feminista” y “Chile Crónico: Las mejores historias periodísticas de un año para no olvidar” (Berrinche Ediciones). Finalista del I Premio Nuevas Plumas 2024. Escribe reseñas de libros en Revista La Lengua.

 
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