Leer (mal) las instrucciones

 

La vida está llena de instrucciones, textos funcionales que se dirigen en forma directa, clara y precisa a su lector.

El shampoo y el bálsamo tienen una forma de echarse sobre el pelo. Un control remoto
tiene botones que permiten ejecutar acciones. Las máquinas que nos ayudan a sobrellevar la vida doméstica, como la lavadora y el lavavajilla, tendrán un folleto, o un par de hojas corcheteadas con el manual de uso, un texto escrito por una persona sin rostro ni estatura, cuya finalidad no es otra que tener el máximo sentido posible para un lector universal, sin género ni edad.

Pensé en esto a propósito de La Sustancia, donde el arco dramático por el que pasan las protagonistas tiene que ver con ignorar la instrucción de uso de la sustancia, que le traerá
a Elizabeth Sparkles una mejor versión de sí misma (más joven y hermosa). Y digo ignorar porque la directora Coralie Fargeat ha hecho las instrucciones grandes, vistosas, sencillas
y limpias:

“Te activas solo una vez. 
Te estabilizas todos los días.
Cambias cada 7 días sin excepción. 
Recuerda, eres una”.

Mantener la juventud es demasiado tentador y aparentemente no hay daño en hacerlo, pero Sue, tan obsesionada con su imagen como su matriz, se rebela contra la instrucción de cambiar cada 7 días, iniciando el delirio. Las instrucciones, testigos pasivos de la tragedia, observarán silentes las consecuencias de la falta de rigurosidad en el uso de la sustancia. 

Leemos instrucciones que operan en abstracto, sin considerar las emociones y accidentes que componen el mundo. Es una lectura tan cotidiana y aparentemente vacía que no guardamos registro. Quizá porque son el centro de la anti literatura: textos sin tono, sin estilo, sin autoría y por tanto, sin voz. 

La serie de errores que llevan en La Sustancia a hacer el viaje desde la belleza hasta la fealdad, del cuerpo femenino al monstruo, y de la vida a la muerte, parte por no seguir las instrucciones al pie de la letra, y son la muestra letal de que son un tipo de lectura sin grises: se entienden o no.  

El ejemplo emblemático para explicar la mala comprensión lectora que nos circunda hace décadas es una persona que no entiende el manual de instrucciones para usar, por ejemplo, el control remoto. Esto porque leer instrucciones no requiere de un esfuerzo reflexivo ni crítico.

¿Cuál es nuestro nivel de comprensión de lectura en comparación con otros países y realidades lectoras? En un rápido googleo encuentro un par de estudios que arrojan luz sobre nuestra comprensión lectora. 

De acuerdo al informe de la OCDE "Education at a Glance 2018",
el 1% de los chilenos adultos, con educación media completa,
entiende lo que lee, frente al 7% promedio de la OCDE. 

Otro estudio, de la investigadora de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes, Carolina Melo - financiado por la Agencia Nacional de Investigación (ANID)- arrojó que el 96% de los estudiantes de primero básico no conoce las letras del alfabeto, lo que implica que no son capaces de leer los libros indicados para su edad.

Dentro de ese universo, son las niñas quienes tienen mejor desempeño en comprensión de lectura entre 1ro y 4to básico que los niños, y ellas conocen más letras en kínder que ellos, tendencia que viene desde antes del 2020. 

Según el informe de UNESCO, Banco Mundial, Unicef y otros organismos internacionales ‘’Dos años después: salvando a una generación’’, publicado el 2022, en América Latina el 80% de los niños y niñas en edad de terminar ciclo primario no podrían comprender un texto simple.

En Chile, a nivel de Estado, para mejorar los hábitos lectores, se cuenta con la Estrategia de Reactivación de la Lectura -renovada el 2023-, que identifica las necesidades de estudiantes de  2º, 3º y 4º básico, con el fin de desarrollar y favorecer la lectura. 

La comprensión lectora exige conciencia fonológica, decodificación y lectura, y fluidez.
Y me atrevo a decir que también se necesita relación con el objeto que contiene la lectura. Necesitamos también idear formas de transmitir el valor del libro, del cómic, y de democratizar el kindle. Volvamos a inscribirnos a las bibliotecas. 

No entender instrucciones escritas supone una dificultad, y, como un deporte, solo puede mejorarse practicando. En este caso, leer más, y mayor variedad de textos. Aprender a leer es quizá la primera gran instrucción: memorizar la letra que corresponde a cada sonido, respetar las reglas de ortografía y gramática que hoy aceptamos libremente con el fin mayor de entendernos. Es con la palabra con la que el aprendizaje se queda en la mente. Con su lectura, comprensión e internación.

 

 

Romina Reyes (Santiago, 1988). Escritora y periodista. Entre sus publicaciones están los libros Reinos (Overol), Ríos y provincias (Montacerdos) y el fanzine Parecíamos Eternas. Actualmente es tesista de la Maestría en Literatura Española y Latinoamericana de la UBA.

 
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