Mi personaje de papel: Paz Ramírez

 

Algo mágico envuelve a la psiquiatra Lola Hoffmann. Sus biografías están llenas de detalles casi mitológicos que construyen un relato/retrato de esta mujer excepcional.

Dicen que Lola hacía florecer los floripondios secos, que visitaba a sus amigos en los sueños después de morir. Lola fue como un volcán, que con su lava arrasó una sociedad santiaguina opaca y cínica. Quienes la conocieron la definen como una mujer sabia, una guía espiritual; en mi opinión, las etiquetas  le quedan cortas a esta mujer que ciertamente fue y es más grande que el Santiago de Chile donde vivió.  

Helena Jacoby, era su nombre. Nació en Letonia a principios del siglo XX y estudió medicina en Alemania, donde coincidió con personajes tan relevantes como Heidegger, Wilhelm y Carl Gustav Jung. Llegó a nuestro país por su marido Franz Hoffman en 1934, a quien conoce por que ambos estudiaban fisiología en Alemania. Se embarca al sur enamorada del chileno y escapando de la segunda guerra mundial, dejando atrás la vida efervescente y  recientemente peligrosa de Berlin. Ya instalados en la casona familiar de Pedro de Valdivia tuvieron 2 hijos y trabajaron juntos muchos años en el  Instituto de Fisiología de la Universidad de chile, ella como su asistente, nunca recibió remuneración ni créditos por su trabajo. A los 50 años después de una profunda crisis personal y producto de una búsqueda guiada por una serie de sincronías, Lola florece y comienza a ejercer como psiquiatra.  Provoca impacto en un selecto grupo de santiaguinos que exploran sus profundidades y sueños con ella, entre ellos Claudio Naranjo, Jose Maria Arguedas, Delia Vergara, Gastón Soublette, entre otros  afortunados.

 

¿Cómo llegué a conocer a esta autora? Lola me encontró
a mi, no fui yo quien la buscó. Al ir aprendiendo y leyendo sobre ella me doy cuenta que varios más tienen esa misma sensación. Crecí sabiendo de su existencia por Malu Sierra, escritora y  periodista nacional  co autora entre otros libros de Sueños, un camino al despertar.
Dra Lola Hoffmann
y también madre de mi hermano mayor. Escuché su nombre  muchas veces y lo relacioné con una figura poderosa, una especie de maestra, pero nunca leí nada, ni supe detalles de su vida. Hasta que
Lola  me encontró a mi, décadas después de su muerte llegó a removerme por completo.

La escena es la siguiente: era invierno de 2020, primeros meses de pandemia. En aquellos momentos yo vivía en el departamento de un pololo en el piso 14 de las torres San Borja, las medidas eran estrictas y no pisamos tierra firme más que un par de veces a la semana para ir al supermercado. En esos días letárgicos y ociosos me entretenía ordenando y limpiando el departamento, yo era la nueva, he intentaba hacerlo propio. Hurgando en la pieza del ex compañero de piso encuentro bajo la cama el libro Sueños de Malu sierra. No era una casa que se distinguiera por una extensa biblioteca, fue muy extraño encontrarme ahí empolvadas a la Malu y la señora Lola. Lo mágico fue que al abrir la primera página el libro estaba dedicado a Maria Paz (mi nombre completo), un par de meses después de la publicación de su primera edición en el año 88. Llamamos al ex compañero de piso en cuestión, preguntando por el libro y el periplo de ese objeto no era menor; lo había encontrado en un hostal (probablemente frecuentado por chilenos) en Nueva Zelanda. 

Me pareció loquísimo imaginar que ese libro viajara de algún lugar
de Providencia a Queenstone para volver a Santiago Centro
y terminar mis manos, dedicado a mí. 

Una semana después, mi hermana mayor me llama y me cuenta que su vecina de la playa, Leonora Calderón, días después de su reciente publicación, le regala el libro Lola Hoffmann La Revolución interior. Otra sincronía. Lola era de sincronías. En su biografía cuenta que se encontró con Jung y el estudio de de los sueños también gracias a un libro encontró  por azar en una librería de Buenos Aires, donde deprimida esperaba un barco para ir a Europa junto su marido. El libro le llamó la atención porque estaba escrito por Jolande Jacobi, su apellido de soltera, y por esa coincidencia lo compró. Ese libro fue el inicio de su camino hacia la psiquiatra y el puntapié inicial de su propio proceso de individualización.

Incentivada probablemente por la lectura soñé intensamente en esos días circulares de encierro: En un sueño yo volaba en un helicóptero acompañada por dos mujeres; el paisaje eran un acantilado muy muy alto, una especie de cañón, pero verde y florido. En el acantilado había pequeñas grutas y al acercarnos en el avión nos encontramos que eran habitados por otras mujeres con vestimentas tradicionales de Bolivia. Nos deteníamos en una de esas “casas” y una de las mujeres me entregaba una piedra preciosa, un diamante. Imágenes muy cercanas a un sueño que se repite a lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo, un sueño arquetípico, del cual me entero leyendo el libro de Malu. La escena se parece mucho
a la descrita por Goethe en el último capítulo de Fausto. Ese encuentro con Lola en el momento pandémico fue perfecto; la aparente calma y el aislamiento fue un momento idóneo para poder explorar los sueños y las sombras guiada de su mano. 

A Lola no solo le interesaban el inconsciente y sus manifestaciones, también le interesan temas como el feminismo, la no monogamia, el iching, el yoga y el medio ambiente entre muchas otras cosas. Fue parte de “Iniciativa Planetaria para el Mundo que Elegimos” y llevó a muchos de sus pacientes -¿o discípulos?- a participar en el activismo medioambiental, fundando la Casa de la Paz. Podría seguir ahondando en su vida y obra pero para eso están sus interesantes biografías y el Libro “Encuentros con Lola Hoffmann” escrito por Delia Vergara en donde muchos relatan el impacto de Lola en sus vidas. 

La imagen de Lola Volcán vuelve a mi cabeza. 

En el epílogo de su libro Una aventura radical, el camino de Lola Hoffman, Juan Cristóbal Villablobos también menciona una serie de “ coincidencias significativas” que lo impulsaban a seguir cuando algo lo hacía dudar sobre terminar su libro. Nuevamente me resuena y me hace recordar mis experiencias. Tal vez Lola nos busca y nos escoge desde algún lugar que no podemos imaginar. Se va a colando en nuestros inconscientes y en nuestra realidad con estas sincronías mágicas, para que sigamos hablando y escribiendo de ella. Yo al menos lo siento un poquito como una obligación, un mandato extraño que recibo como un diamante en un acantilado.

Leer a Lola Hoffman a través de distintas autoras y
autores ha abierto en mi caminos desconocidos y exuberantes.

Conocer su punto de vista radical y moderno sobre las relaciones de pareja validó una serie de sensaciones e ideas sueltas que yo tenía al respecto, pero que en su discurso se logran articular emanando una sabiduría que me da confianza. Pero el verdadero diamante que extraigo de su vida y obra es el derecho a cambiar, a empezar algo nuevo a los 50 años, esa eterna curiosidad y sed de conocimiento que la lleva a explorar muchísimas disciplinas
y saberes. Esta libertad de poder ser uno mismo alguien diferente está en el centro de su labor terapéutica: la METANOIA, el cambio profundo ese crujido de psique y corazón que empuja a aventurarse a ser mas autentico y mas feliz. Nunca es tarde y Lola supo aprovecharlo convirtiéndo la segunda mitad de su vida en la mujer volcán de la que aún
se cuela en nuestros sueños. 


 

Paz Ramírez (Santiago, 1987) es directora audiovisual y lectora empedernida. Estudió artes visuales en Valparaíso y cine en Buenos aires. Su cortometraje Helechos se estrenó en el Festival de Cine de Tribeca 2023. Actualmente trabaja en su próximo cortometraje y dirige proyectos publicitarios.

 
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