Leer es un privilegio de clases
El velador de mi madre, el velador de mi abuela y el de su madre siempre tuvieron un libro ocupando espacio entre sus pertenencias. De reyes, fantasías, autores nacionales o historias que la librería o biblioteca de la comuna destacaba.
Desde muy niña tuve el ejemplo de mi madre, ella de su madre y mi abuela el de la suya; leer era algo que “se hacía”. Ellas me mostraron que era un hábito y una costumbre dentro de la casa. Como lavarse los dientes. Aunque las razones no las entendí hasta mucho después, yo las imité.
Fui desarrollando una timidez fuera de lo normal y, a pesar de que mi colegio no tuviera una biblioteca como tal (más bien era una sala con unos cuantos libros), me refugié en las páginas que otros habían revisado como una manera de conectarme con algo familiar: la lectura. Tomar un libro era como sentirse entre los brazos de mi abuela, en el sofá del living, entre las sábanas de mi cama.
Ahora estoy guardando en cajas los muchos textos que me he comprado gracias a esa costumbre a lo largo de los años, porque no podré llevarlos conmigo a donde voy. Al menos no por un tiempo. El hábito se convirtió en una obsesión y la obsesión se hizo mi profesión. Antes de guardar los últimos en su lugar, rescató cinco que me gustaría repartir entre mis amigos y madre para dejárselos. Compartir la lectura es otra costumbre que adquirí.
Las cajas son muchas y me gustaría que fuesen más. Porque sé que hay quienes tienen una colección personal gigante, una que demuestra que han leído muchísimo durante su vida. Eso me gustaría a mí. Pero también soy consciente de que, como yo, no hay muchas personas en Chile y que mi círculo lector se ha dado porque tenemos un privilegio. Vivimos en un país clasista hasta para leer y nosotros podemos darnos ese lujo: comprarnos libros, acceder a ellos, tener bibliotecas y librerías cerca.
En 2022 se realizó el primer estudio de hábitos lectores de la Fundación La Fuente e Ipsos. Este estudio demostraba que el 72% de quienes leían libros por gusto pertenecían al segmento socioeconómico ABC1 y C2.
¿Dónde parte la lectura si no es en casa? En el colegio, podríamos decir, donde, desde los seis años por obligación, pasamos más de 30 horas semanales. Se convierte en nuestro primer hogar y la casa en nuestro segundo. Entonces, ¿dónde está el problema?
Según la Fundación Familias Power que entrevistó a 700 alumnos de colegios públicos provenientes de sectores vulnerables de Chile, el 56% de niños de 1° básico (edad estipulada para aprender a leer), no escribe ni lee y solo identifica letras. En 2° básico el panorama no es muy diferente. El 63% de los niños y niñas no lee o sólo lo hace silábicamente, sin identificar conceptos. La comprensión lectora es otro tema.
Abro mi Google Maps y busco una librería cerca de mi casa. Están todas concentradas en Providencia, Santiago, Ñuñoa y Las Condes. Veo algunas en Recoleta. ¿Cómo elige el dueño de una librería el lugar donde la pondrá? ¿cómo elige el dueño de un negocio dónde pondrá su negocio? Donde le sea más rentable a largo plazo.
Recorro las librerías que marqué en busca de algo para llevarme al destino al que voy. Para mí los libros ya están caros, pero decido usar el presupuesto de profesora en esto: leer. Encuentro uno que me llama la atención por su historia y el librero me confirma que no me arrepentiré. Me produce serotonina esto, leer algo nuevo, encontrarme en historias desconocidas. Voy de vuelta a mi casa feliz de tener entre mis manos una nueva lectura semanal.
Escribo libros, realizo talleres de lectura y escritura, y soy consciente de que quienes toman mis talleres, compran mis libros y acceden a novedades literarias, tienen un poder adquisitivo que la mayoría de Chile no. Porque el poder adquisitivo no se concentra en las comunas vulnerables y no necesitamos ser científicos de Harvard para entenderlo. Son solo unos pocos quienes reciben día a día el beneficio. ¿Y qué nos entrega de vuelta la lectura? Miles de universos para explorar, sí. Nos ayuda en tiempos de incertidumbre, sí. Da sentido a dolores inexplicables cuando buscamos respuestas desesperadamente, sí. Pero también nos aporta a la capacidad de comunicarnos, nos ayuda a expresarnos de manera clara, coherente, nos ayuda a escribir y comprender ideas y exponerlas a otros. Desarrolla nuestra autoestima e impulsa nuestras ganas de buscar más conocimientos. Nos completa.
Voy camino a uno de los últimos compromisos que tengo antes de partir: una charla a la que me invitaron. El colegio queda a una hora de mi casa. Estoy muy emocionada porque me alegra compartir con estudiantes, conversar y preguntarles por sus gustos lectores.
Al llegar abro la charla con la misma pregunta de siempre: ¿a cuántos les gusta leer o leen al menos una vez a la semana?
Me preguntan si leer en redes sociales cuenta. Les especifico que, por esta vez, solo me refiero a libros.
Se levantan cuatro manos de más de 50 adolescentes en la sala.
Veo más y más ferias del libro realizándose en lugares más céntricos, veo que los editores independientes realizan actividades más lejos del núcleo, pero no veo políticas públicas para cambiar el panorama actual como tampoco a políticos discutir sobre el mismo.
Porque el problema va más allá de la industria que imprime y distribuye libros. Ellos solo intentan sobrevivir en una selva donde nadie vela por su existencia.
Si la base de todo es la educación y la lectura es una parte fundamental de ello, ¿no deberíamos impulsar más políticas públicas que fomenten la lectura? ¿no deberíamos tener bibliotecas gratuitas para toda la población distribuidas en regiones y en el resto de Santiago? ¿no deberíamos cambiar el currículum escolar y adaptarlo para que quienes leen se sientan identificados con las historias que les obligamos a leer?
Fueron mis generaciones anteriores quienes me demostraron que hay un universo enorme de posibilidades detrás de las letras. Que leer es un hábito y no algo que se da por hecho.
Leer es poder.
Un poder al que pocos tenemos acceso y que demuestra una vez más el mal social de Chile: el progreso no se forja con esfuerzo, se forja con plata.
Ignacia Godoy Docente PUC y UNAB, MA en Creative Writing (Lancaster University) y estudiante de MA en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (Universidad de Barcelona). Autora de "La mujer que susurraba a las plantas", con Jocelyn Zavala, y “Cuerpos Invisibles”. Pronto lanzará un libro de cuentos y su primera novela.