Leer diarios en papel, una costumbre perdida
La última vez que compré un diario fue hace un par de años en Uruguay.
Me refiero a un diario de papel; a decenas de tabloides color negro y gris.
El periodico Brecha (brecha.com.uy) me había entrevistado por la publicación de Reinos en Montevideo; se publicó online, pero quise tener el papel como prueba. También como medio para poder compartirlo con mi abuela, miembro de la generación verdaderamente análoga que padece este presente.
Un presente donde, gracias a la masificación de internet, los smartphone y las tabletas, las sociedades letradas transitamos del papel a las pantallas para consumir prensa escrita. Los diarios ampliaron cada vez más sus áreas digitales, y las siluetas de personas caminando con un tabloide prácticamente desaparecieron.
A nivel global, el Digital News Report indica que, en Estados Unidos, el porcentaje de consumidores de medios impresos cayó del 47% en 2015 al 15% en 2022. En Chile, la Encuesta Nacional de Participación Cultural y estudios de Ipsos corroboran esta transformación: menos del 15% de los encuestados afirma leer diarios impresos con regularidad. Mientras las generaciones jóvenes, especialmente los menores de 30 años, han abandonado casi por completo este formato, las personas mayores lo consumen de manera esporádica. Según el Museo de Prensa de la UDP, desde 2018, consorcios como
El Mercurio y La Tercera han reducido significativamente su circulación impresa. Este último ha priorizado su edición digital, limitando la impresión a los fines de semana.
Compré varios ejemplares de Brecha en un Kiosco de la feria Tristán Narvaja, y agregué esos gramos de papel a mi equipaje. Al regresar, simplemente guardé los diarios en una pila de libros y documentos desorganizados.
A veces lo tomo, lo ojeo, lo reviso.
A veces me siento y leo, luego lo abandono.
A veces solo lo veo y me pregunto ¿por qué
lo tengo, si junta polvo y ocupa espacio?
Olvidamos, por el uso común de la palabra, que la “prensa” debe su nombre a la máquina que imprime la letra. Y que imprimir palabras sobre papel fue un hito en nuestra civilización. También que el periodismo y la comunicación social se han desarrollado a la par de la democracia.
En mi juventud y temprana adultez, alcancé a consumir diarios de papel, un hábito que heredé de mi papá, un periodista de radio que llegaba todos los viernes a la casa con La Segunda; los domingos compraba El Mercurio o La Tercera, y el The Clinic dependiendo de la portada. Y el diario se leía, se dejaba sobre el velador, en el baño, en un estante.
Yo, como él, me convertí en periodista, y destiné parte de mi sueldo a comprar diarios y revistas. Algo muy vinculado al callejear, andar de un lado a otro, del colegio a la casa, al cine, a ver a una amiga, y parar frente a un kiosco para comprar la prensa. Era mi lectura para los tiempos de espera, los traslados.
También es parte de mi trabajo: estar al tanto de las noticias. Por supuesto que leer diarios no es la única forma de consumirlas. Y de hecho lo digital tiene una ventaja comparativa: el poder tener a la mano una diversidad de medios, nacionales e internacionales. Pero hay algo que deja el papel, una forma íntima y concentrada de comprender la actualidad.
Y aunque también leemos en las pantallas, éstas tienen un brillo que daña los ojos, y la experiencia de leer noticias se diluye en un suave movimiento dactilar que cambia la interfaz a un chat, o a un video, o a una cámara. En cambio, el diario te impone una relación exclusiva, que facilita la concentración.
Supongo que a veces extraño andar con un diario en la mano. Poder deformar el papel todo lo necesario para tener una lectura cómoda. No sentirme particularmente aferrada ni al contenido ni a lo material, ser capaz de olvidarlo en el Metro sin que sea una tragedia; a la vez recortar algunas fotos, cuadros de texto; regalarlos en una carta íntima, y así cargarlos de emotividad.
Creíble o no, aún no le muestro el ejemplar de Brecha a mi abuela. Un día incluso, ante un desastre doméstico, agarré uno de los diarios para contener un líquido derramado, y vi mi foto y esa entrevista desaparecer en una mancha húmeda.
Qué buena imagen para el ego, pensé. Y recordé ese dicho que tenían los periodistas viejos: que lo que es noticia hoy, mañana es papel para secar o para envolver.
Romina Reyes (Santiago, 1988). Escritora y periodista. Entre sus publicaciones están los libros Reinos (Overol), Ríos y provincias (Montacerdos) y el fanzine Parecíamos Eternas. Actualmente es tesista de la Maestría en Literatura Española y Latinoamericana de la UBA.