El corazón brotado fuera de la boca. Una crítica a Cabeza y corazón es una ostra de Emiliana Pereira Zalazar
“Mayor es mi lealtad
al corazón que a la cabeza”
Leemos al inicio de Cabeza y corazón es una ostra, y como afirma el texto de contraportada (escrito por la poeta y editora del libro, Julieta Marchant), se trata de una confirmación de lo que encontraremos adentro: poemas escritos al vivo de la emoción, porque para que ellos fueran escritos, el corazón ha conquistado a la cabeza —aunque debemos saber, para estos poemas, cabeza y corazón son la misma cosa—.
Fue Anne Carson la que, al leer la poesía de Safo, concluyó que la poeta de Lesbos no estaba registrando la relación amorosa, sino el instante del deseo. En Cabeza y corazón es una ostra, Emiliana Pereira Zalazar, al igual que Safo, rastrea el instante no solo del deseo, sino también del vacío, aproximándose a la experiencia del quiebre amoroso, eternizada y congelada en ese primer estado. Sea el amor, el dolor o la desesperación ante el término, el poema se escribe al rojo vivo que el corazón sigue reconociendo como fuego, a pesar de ser cenizas:
“mi corazón atraviesa las llamas
imposible de ceniza”, declara el poema.
Publicado por la editorial independiente chilena Bisturí 10 en abril de este año, es el segundo libro de poesía de Pereira y por el uso del verso libre al que nos tiene acostumbradas la poesía de nuestro tiempo, vale la pena preguntarnos por el despliegue de su temática, las formas y el orden que dispone y construye el mismo libro. Como se ha dicho, estamos ante poemas que responden a una lealtad del corazón; así, los problemas del corazón y del cuerpo, de toda esa memoria dispersa en la casa del “yo”, es lo que se nos muestra y desde dónde se trabaja la ruptura amorosa con una técnica que posiciona al cuerpo al mismo nivel del poema (está organizado en la desorganización de las partes rotas, los órganos); desjerarquizando los roles, sentidos y de paso, suspendiendo el movimiento al que está obligado el cuerpo, que es parte y contrapunto, de cualquiera sea el órgano rompido que escribe su dolor.
Así lo escribe el poema:
“Y en esto que tienes aquí, que llamas corazón
vas a decir
órgano
que te has roto
y el corazón va a decirte
tú, persona que me has roto
y vas a preguntarte
qué he hecho yo
cuán fuerte he amado
para que este órgano sea capaz de romperse”.
Leemos entonces la conversación entre persona, corazón, cabeza y órganos, con la ciudad y su velocidad ocurriendo de fondo, en un estilo que, a ratos, por su vivacidad e inventiva, remite a Susana Villalba o Marosa di Giorgio —como me hizo ver una amiga—. El corazón interroga así a todas las partes que responden, y recoge esa memoria dispersa en las partes del cuerpo para hacerla vivir —o salir— en los versos. Aunque debemos saber, en estos poemas la poesía no tiene un tratamiento monumental, por lo mismo, se trabaja sobre el poema, aunque se sabe que el poema poco importa:
“Con o sin poema
la persona muere
y la ciudad mira y se mueve y se mueve y no queda
la bala, el cráneo y la herida dan lo mismo
porque el tránsito del cuerpo no da espacio para dejar la mano
quieta sin avance por el barandal, detenerse a sentir el sudor
de otras manos, huellas, texturas, lo helado lo tibio del fierro y
el chofer moverá el manubrio de forma brusca
las manos apretarán las manillas para afirmar el peso del cuerpo
que cae con el movimiento
y alguien morirá bajo una rueda y seguirá el rumbo del cuerpo”.
Poquito más adelante, en un contrapunto que funciona como símil de la ruptura de una relación de dos partes plagadas de otras partes afectadas, se escribe y contradice:
“Sin embargo, el poema escribe la noche escribe
la muerte escribe el cielo el dolor la hora escribe
la rueda y la bala escribe y los cuerpos siguen el vaivén
de los brazos, el ritmo cardiaco, la oscuridad de la sangre”.
Llama la atención la constante reflexión de la poeta sobre la escritura del poema, pues de ello se extrae una conciencia del oficio que enriquece el valor autorreflexivo de su poesía. Me permito hacer un cruce entre lo escrito en Cabeza y corazón es una ostra y El poema acecha en los intervalos (2021), ensayo en el cual la poeta Nadia Prado, al pensar el poema y sus límites, apunta:
“Algo escribe. No son las palabras las que escriben, quizá algo bajo el hormigón armado, bajo los escombros del derrumbe. Los techos y las paredes no han podido evitar esa manifestación. La ruina se manifiesta y el lenguaje –su tallo– sale de entre las grietas al encuentro de la página. La poesía no parodia ni remeda el mundo, lo grita. Es el grito, el grito de Artaud. Alarido, llanto, espasmo, pulsión, suspensión. No codifica porque habita lo irresuelto desjerarquizando y trastocando el sentido que acopia y suspende el tiempo”.
Lo que Prado teoriza, propongo, en Cabeza y corazón es una ostra aparece: esa ruina manifiesta y lenguaje que sale de entre las grietas de la que habla Prado, la relación en este libro, es el lenguaje que se abre para recibir el grito del mundo; alarido, llanto, espasmo, pulsión, suspensión del mundo, que implica su quiebre.
“Ahora me dices que me he roto
y yo quisiera decirte con un largo aullido en medio de
tú me has rompido
rompido
tú vas a quedar impactado porque el corazón
te ha dicho una verdad gigantesca”.
Así es como en la conversación entre las partes de una misma herida —órganos todos separados y persona—, se desjerarquizan los roles, se mezclan los géneros y se experimenta con las formas del lenguaje para poder decir, para poder especular el quiebre amoroso, y darle lugar, así, aunque sea en el poema, a ese lenguaje.
Leemos entonces, volviendo al imperativo de lealtad al corazón con que la poeta decide comenzar el libro:
“No puede la mano hacer otra cosa
que escribir este libro”.
Y confirmamos con su mano que escribe, que el suyo es un trabajo de lealtad con el poema, lealtad con el corazón, la cabeza y el cuerpo. Si el corazón es quien manda, entonces la mano no puede hacer más que obedecer, y obedece haciendo eco del grito, alarido, llanto, espasmo, pulsión, suspensión que, ya se ha dicho, es el grito del poema:
“la cabeza no puede pensar
ni la boca probar
ni el oído oye porque nada
en el mundo permite
que el cuerpo entero y el alma puedan
hacer algo más que escribir este libro
letra por letra sonido por sonido silencio
y el cuerpo es el poema
nada puede más que escribir
lo todo”.
Fue Simone Weil quien escribió que “creer y amar la realidad del mundo es una y la misma cosa. A fin de cuentas, el órgano de la creencia es el amor sobrenatural, incluso a las cosas más pequeñas”. Lo hizo en fragmentos (escritos entre 1940 y 1942, publicados por primera vez en español el 2020 en La amistad). Lo hizo en tiempos en que la violencia, las guerras y el dolor del mundo —como ocurre con nosotras—, la obligaba a quitar la vista de las cosas pequeñas, de los sufrimientos cotidianos.
Los poemas de Emiliana Pereira Zalazar, al trabajar sobre este órgano de la creencia, revisa ese creer y amar la realidad del mundo, con la delicadeza de quien ha escrito para presentarnos un corazón brotado de la boca, haciendo eco del verso de Fito Páez que popularizó Mercedes Sosa para cuando ya todo está perdido: ofrecer el corazón.
“Aquí tienes esto, el corazón brotado fuera de la boca
aquí tienes esto
y puedes mirarlo
tocarlo
morderlo incluso”.
En esa desesperación, el discurso amoroso existe solo en la medida en que una de las partes ha abandonado a la otra, en que un corazón ha sido rompido. No se insiste en la revitalización del amor, sino de persona que ya no es uno con corazón y cabeza. Así, es destacable cómo, a pesar de la tragedia, y de que se trata de una situación que se cifra en distintos niveles, la poeta no solo aborda el sufrimiento del quiebre, sino que también incorpora el humor inevitable ante la repetición inescrupulosa, hallando el tono de un órgano que no se cansa de responder. Porque como bien leyó Weil, ese órgano no amó, creyó:
“y porque le creí a cada parte de tu cuerpo
decidí dar lo que el entramado me pedía
y aunque resistiéndome con furia
yo creí y amé
tan fuerte como la cosa más fuerte
y sentí miedo cada vez que quise morir por lo enorme”.
¿En qué espacios del cuerpo alojamos el amor luego de que lo hemos vivido? ¿Cómo decirle al cuerpo y su memoria que alguien ya no está, que ese fuego se extinguió y el corazón revolotea entre cenizas? ¿Cuánto rato va a durar este vacío en la guata después del final? Pues
“A veces corazón es una ostra
corrijo, corazón y cabeza es una ostra
y digo porque son entre los dos
la misma cosa
bruta tozuda
dura cerrada
como ostra”.
Con ironía y rabia, y con todos los órganos encima de la mesa, Emiliana Pereira Zalazar desacraliza el amor romántico que la heteronorma nos ha obligado a perseguir, y propicia, con su poesía, una conversación entre las distintas partes de una compleja composición que ha quedado dispersada, como arrojada a las paredes, luego de un quiebre amoroso: el yo, aquello que es apaleado día a día, con heridas y movimientos obligatorios que lo restringen del gobierno de la emoción. Con una lucidez y ligereza que son refrescantes, y parecieran, realmente, poner ahí entre versos la experiencia viviente, viva, de quien quiere gritar que ha vivido, corrijo, de lo que quiere gritar que ha vivido, escribe Emiliana Pereira este, su segundo libro.
Gabriela Alburquenque (Santiago, 1995). Escribe, investiga y edita. Es directora de Revista Origami. Fue reconocida con el Premio Roberto Bolaño por su novela “Aviso de demolición” (Los libros de la mujer rota, 2022) y finalista del Premio Municipal de Santiago por el mismo libro. En 2023 publicó “Hacia una poética del silencio. María Luisa Bombal” (Editorial Catalonia), reconocido con el Premio de la Cátedra de Mujeres y Medios.