Leer poesía, sin saber si soy lo suficientemente inteligente para entenderla
Hay una clase de lenguaje y comunicación que todo niño, niña o niñe que haya pasado por la educación chilena subvencionada o municipal -como es mi caso- vivió: la clase donde se leyó un poema.
Leer por placer v/s leer para estudiar
Cuando estudias literatura, y todo tu trabajo se resume a leer, cuesta mucho agarrar un libro para relajarse, o elegir leer como actividad en la cual invertir el escaso tiempo libre. Yo me inscribí por primera vez a una biblioteca a los 6 años, y desde entonces no he parado de leer novelas, cuentos y poesía, solo por placer.
Leer el fútbol
El fútbol fue siempre una experiencia que necesité completar con la lectura. El afán no era intelectual sino ratificatorio: debía confirmar que lo que vi o creí haber visto en el estadio realmente había ocurrido. ¿Habrá mirado el periodista lo mismo que miré yo? ¿Fue penal eso que reclamé como un poseído, mano esa pelota que pegó en el codo, o solo eran ilusiones fabricadas por mi fanatismo?
Leer es un anhelo de vida
A mi abuela siempre le da cáncer en verano. Lo sé porque asocio el Instituto del Cáncer con el calor, con llorar mientras sudo, con la fruta picada que venden en los kioscos de afuera. Entiendo racionalmente que es un lugar noble: un hospital público, referente nacional de oncología, donde se investiga, enseña y atiende. Pero para mí es el lugar más triste del mundo.
Los pixeles se los lleva el viento
¿Quién dice que en Chile leemos poco? En un vagón del metro o en el colectivo a mi casa, esperando mi turno en el dentista o la caja del supermercado, en la mesa antes de que llegue la comida —y también una vez que llega pero sobre todo cuando se acaba—, en las plazas, parques y veredas: cuando salgo, lo que más veo son personas con su cabeza inclinada y el mentón junto al pecho, leyendo en sus teléfonos móviles.