Leer por placer v/s leer para estudiar

 

Hace algunos años estudié Literatura Española y Latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Tiene que gustarte mucho leer para estudiar literatura, pues el estudio de la carrera se basa en leer libros y estudiarlos a partir de otros libros o textos que se escriben sobre ellos. Y una se ve leyendo en todo momento, intentando entender e interpretar los libros para producir textos críticos. 

Cuando estudias literatura, y todo tu trabajo se resume a leer, cuesta mucho agarrar un libro para relajarse, o elegir leer como actividad en la cual invertir el escaso tiempo libre. Yo me inscribí por primera vez a una biblioteca a los 6 años, y desde entonces no he parado de leer novelas, cuentos y poesía, solo por placer. Pero en la universidad me topé con aquellos textos “académicos”, libros que pertenecen más a escenarios como salas de clases o bibliotecas que a aviones o playas.  

Ahora estoy en el proceso de hacer mi tesis de magíster, y esto implica en gran parte leer. Y pese a que las tesis de literatura son, en general, sobre libros de ficción -en mi caso, poesía chilena de mujeres que publicaron a partir del 2000- he leído docenas de textos “académicos” para lograr definir lo que quiero investigar. 

Leer para la tesis, o leer para estudiar, es por definición leer y subrayar, leer y comentar sobre la hoja. Te lleva a la cita y a la reescritura. Una lectura de estudio, donde apartamos porciones de lo leído, con el fin de incorporar ideas a la red personal de pensamientos. Es un tipo de lectura solemne y comprometida, que requiere una concentración diferente de la necesaria para leer por puro placer u ocio. Además, que esta lectura “libre” no pide a cambio nada, mientras que leer para la tesis tiene un fin: obtener una investigación escrita.

Leer para la tesis exige espacios de silencio o mayor concentración, que a veces consigo echada sobre mi sillón con un perro en los pies, otras frente a una taza en una cafetería. Dependiendo de la complejidad del texto, necesito aislarme para pensar exclusivamente en lo leído. Por supuesto, las salas de lectura de las bibliotecas existen para desarrollar este tipo de lectura concentrada.

La lectura libre, la que se hace por placer u ocio, habita entonces el espacio antes de dormir, o los traslados en transporte público. Y quizá, como antípoda absoluta: la lectura que se lleva a las vacaciones, que se hace en una playa frente al mar u otros estímulos para el descanso. Y para que la lectura permanezca del lado del placer, siempre mantengo, paralelo a mi estudio, una lectura de algo que quiero leer solo porque sí. 

 

En este momento, para el ocio me reparto entre la lectura de Las Malas de Camila Sosa Villada, y Heridas Abiertas de Gillian Flynn, dos novelas que leo sin detenerme, en general de noche, como última actividad del día. Mientras, para la tesis navego entre la lectura permanente de las poetas chilenas que estudio: Paula Ilabaca, Gladys González y Daniela Catrileo, lecturas que a veces me piden un café o un mate para releer los poemas con la pregunta de mi tesis en mente: ¿Dónde y cómo aparece lo femenino? Sumado a esto, me apoyo en papers de académicas que han estudiado el tema, como Soledad Falabella, Lorena Amaro o Patricia Espinosa, poniendo en diálogo sus ideas con las mías.

Así se contrasta la lectura libre, que entretiene y distrae, de la lectura de tesis, que es obsesiva, y se abre, pues una siempre tiene la posibilidad de leer más y más sobre un tema, lo que puede resultar bello y estimulante, así como abrumador y llevar al absurdo. Termino siempre preguntándome, ¿por qué yo voy a escribir algo si ya hay tanto escrito?

Vislumbrar esa angustia puede ser la señal de que has leído suficiente, y que es hora de depositar algo de esos pensamientos en la hoja. Porque leer para la tesis es una lectura que no se consume en sí misma, sino que se hace para producir una nueva escritura que cite, revise y proponga ideas, que luego otros estudiantes pueden tomar para iniciar sus investigaciones. 

Leer por placer, en cambio, puede perfectamente no perseguir ningún fin más que pasar el tiempo; hacer que un viaje se haga más corto, o buscar el sueño antes de dormir. También para buscar una experiencia estética, como llorar, reír o sonrojarse con un párrafo o verso. Me gusta que esta última experiencia, más libre y sin objetivos, acompañe mis estudios, para que nunca se me olvide el placer por la lectura.


 

Romina Reyes (Santiago, 1988). Escritora y periodista. Entre sus publicaciones están los libros Reinos (Overol), Ríos y provincias (Montacerdos) y el fanzine Parecíamos Eternas. Actualmente es tesista de la Maestría en Literatura Española y Latinoamericana de la UBA.

 
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