Los pixeles se los lleva el viento

 

¿Quién dice que en Chile leemos poco? En un vagón del metro o en el colectivo a mi casa, esperando mi turno en el dentista o la caja del supermercado, en la mesa antes de que llegue la comida —y también una vez que llega pero sobre todo cuando se acaba—, en las plazas, parques y veredas: cuando salgo, lo que más veo son personas con su cabeza inclinada y el mentón junto al pecho, leyendo en sus teléfonos móviles.

 

Quienes promueven y defienden la lectura deberían alegrarse, pues al parecer nunca antes la gente leyó más que ahora. Ahora bien, ¿importa que eso que ahora leemos tanto, con compulsión adictiva incluso, solo sean correos electrónicos, chats con amigos, noticias de último minuto o memes que provocan una risa tan rápida como su olvido? 

Leemos más información que nunca, eso está claro, pero no sé si la leemos mejor. Los medios de noticias online, sometidos a la dictadura de Google y su famoso SEO —esa policía algorítmica que posiciona los artículos en el buscador según caprichosos criterios—, cada vez acumulan notas más cortas y neutras, sin reflexión ni mayor creatividad que la de algún titular engañoso —como “Los tres alimentos que debes desayunar para vivir cien años”—  que capture nuestra dispersa atención en el celular. 

 

En esa brutal guerrilla por nuestros clics, la posibilidad de encontrarse, como podía ocurrir en una publicación impresa, con una novedosa crónica, una atrapante entrevista, una columna chistosa o un intrigante reportaje, se reduce en vez de ampliarse.  

 

Aunque la migración del papel a la pantalla podría considerarse voluntaria, ya que nadie nos obligó a tener smartphones ni a dejar de comprar el diario, en realidad ha sido forzada: en los kioscos, entre sopas de letras y pasquines de salud conspirativos, apenas sobreviven un par de escuálidos periódicos. ¿Revistas? Solo las amarillentas portadas de publicaciones extintas que algunos vendedores aún cuelgan como reliquias.      

No se trata esto de una nostalgia material por el papel, ni de añorar tiempos que no necesariamente fueron mejores. Pero los datos muestran que cuando nos informamos leyendo a través de una pantalla, lo hacemos peor. 

Un estudio realizado por científicos de Estados Unidos y Corea del Sur, por ejemplo, demostró que los lectores de noticias impresas recuerdan “significativamente más” la información que quienes leen artículos digitales. Esto, según la neurocientífica estadounidense Maryanne Wolf, académica de la UCLA y célebre por su trabajo fomentando la lectura infantil, ocurriría porque el cerebro humano se ha desarrollado para “exigir” un contacto físico al momento de leer: tocar y oler el papel, ver las páginas que se han leído y también las que quedan por delante.

Las noticias digitales, además, hoy se consumen principalmente por redes sociales, donde deben competir contra selfies, goles de Messi, rutinas de ejercicios, trends de TikTok, memes y recetas de brownies.

 

Ese bombardeo de estímulos simultáneos afecta la concentración e impide una lectura profunda que promueva la comprensión y retención de la información.

 

Las pantallas favorecen una “lectura de barrido”, como concluyeron más de cien académicos europeos, que durante años participaron en un proyecto llamado E-READ (Evolución de la Lectura en la Era de la Digitalización, por su sigla en inglés). Es mucho más fragmentaria y superficial que la que ocurre en papel, lo que promueve la desinformación y aumenta el riesgo de caer en noticias falsas.

No es que las noticias, reportajes o columnas, por estar impresas, estén mejor escritas o sean más completas que las digitales. El asunto es que nosotros, las y los lectores, somos incapaces de leerlas con la misma concentración. La comprensión lectora, como indica este estudio realizado el año pasado en Australia, tiende a ser menos efectiva si hay pantallas de por medio, especialmente si son textos que requieren una atención más profunda.

Este texto, que fue escrito en una pantalla, seguramente lo estás leyendo desde un celular. Quizá lo olvides en pocos minutos, cuando los videos de alguna tragedia, la publicidad de una influencer, la noticia de una corrupción política, el testimonio de una víctima de salud mental, los ruidos de un gato en TikTok, una escena de acción de Tom Cruise o lo que le respondió una alcaldesa a la ministra (y lo que le había dicho antes la ministra a la alcaldesa) ocupen ese frágil y fugaz espacio en tu memoria. Pero antes de que eso ocurra, una invitación: siempre que puedas, lee en papel.  


 

Cristóbal Bley (Santiago, 1986) es periodista y ha escrito en medios como PANIKO.cl, Revista Viernes, La Tercera y Revista Santiago. Vive en Recreo, Viña del Mar.

 
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