Crecí en un ambiente que despreciaba al lector común, porque la literatura era sagrada, tan sagrada que debía estar resguardada en una iglesia. Cuida tus palabras antes de hablar de ella, lávate las manos antes de tocarla. La LITERATURA, así, en mayúsculas, era un Dios y leer era ser un señor de traje, fumando con su gato en el regazo y de antemano siempre enojado; un caballero que seguramente haría una mueca burlona si te dirigías a él de cualquier manera.

Pero leer es ante todo un acto de libertad.

Luego Alicia, Mary, Matilda y Ana Frank me enseñaron a soñar y me mostraron la llave para escapar del mundo cuando sientes que este te limita. Hesse, Salinger y Kafka fueron una luz en el caótico mundo que nos explota en el cuerpo durante los años de formación en la primera juventud. 

Porque los libros también nos forman.

Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Quiroga, me enseñaron el continente donde me tocó nacer, y Beauvoir, Woolf, Bombal, Atwood, lo que era ser mujer en este mundo. Didion me habló del duelo y Gornik de la madre y podría seguir y seguiré antologando en cada etapa de mi vida a un autor o un libro como compañero. Así nos pasa a muchos, con el libro, autor y género que sea. Por eso nunca he creído en la mala o la buena literatura. Siempre he creído en los lectores.

Los libros acompañan la vida y ninguna vida debiera tener cercos ni juicios que la limiten.

Leer nos da la libertad de imaginar, de soñar, de pensar por nosotros mismos, de nutrir nuestro mundo interior, de aprender a estar solos, de disfrutar del silencio, de la calma, de escapar de la conexión excesiva. Leer es también un refugio, un consuelo, un acompañante en las incertidumbres, y en un mundo sin acceso a la salud mental, por qué no, leer también es terapia. 

Al leer, honramos la memoria de quienes nos antecedieron, abrimos la mente hacia otras realidades, a otros mundos, también al pasado. La lectura, además, es un acto de resistencia: a la frivolidad, a la superficialidad, a la obsesión por el envejecimiento, a la rapidez vacía y al clickbait de hoy.

Ese es el porqué de Libra. 

Una revista que aborda la lectura sin prejuicios y sin “deber ser”. Una revista hecha por y para los “simples” lectores —que nada tenemos de simples— que habitamos el territorio donde, finalmente, la literatura se pone a prueba.

Revista Libra busca instalar al lector como centro del ecosistema del libro. Queremos reflexionar y hablar sobre literatura, no desde lo que dicta la industria editorial o un nicho literario especializado, sino desde los gustos, la cultura y el lenguaje del lector común. Los artículos, columnas, críticas, entrevistas y toda la comunicación por la plataforma y sus redes sociales buscarán generar un contenido atractivo, de fácil acceso y con un lenguaje amigable para hablar de libros de manera más accesible y siempre desde la experiencia de lectura. Libra pretende ser un espacio que reivindique que todos podemos disfrutar de un buen libro, sin necesidad de tener un conocimiento previo, un poder adquisitivo o provenir de cierta formación académica. Que posicione a los libros como compañeros de vida y como una forma de entretención reflexiva.

Libra es una casa de lectores.
Un punto de encuentro entre lecturas.

Nombramos Libra a esta revista porque busca equilibrar la balanza en lo que históricamente se ha catalogado como LITERATURA, así, con mayúsculas. 

 Y también por Libro; en femenino todo suena mejor.