Leer poesía, sin saber si soy lo suficientemente inteligente para entenderla

 

Hay una clase de lenguaje y comunicación que todo niño, niña o niñe que haya pasado por la educación chilena subvencionada o municipal -como es mi caso- vivió: la clase donde se leyó un poema. Digamos, Walking around de Neruda:


“Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos

colgando de las puertas de las casas que odio,

hay dentaduras olvidadas en una cafetera,

hay espejos

que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,

hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos”.


Tras escuchar la lectura en voz alta de alguna compañera, venía la temible pregunta de la profesora: ¿de qué se trata el poema?

¿De qué se trata esto que leí? Yo pensaba en lo distinto que era escucharlo a leerlo, tratar de entender una forma del lenguaje que pretende desautomatizar tu mirada. Al no poder llegar a una respuesta, me angustiaba. Salgo la escena y no recuerdo la respuesta, ni la de mis compañeres, ni la de la profe. 

Crecí, y al escuchar la palabra “poesía”, se me hacía un vacío en el estómago, “qué lata”, pensaba, y dejaba que mis ojos se fuesen a la mesa para evitar el contacto visual en las clases donde tocase leer algún poema.

La educación me hizo creer que hay que ser “inteligente” para leer poesía, con un halo de superioridad que aleja del género a quien no siente el llamado a “complejizar” su vida. Por alguna razón, la narrativa siempre se me hizo más amable, ¿quizá natural? Y, de ser así,  ¿habrá algo propio de la poesía que genere esa incomodidad?

Los formalistas rusos eligieron la poesía para conceptualizar la literaturiedad, o literaturnost en su idioma original, es decir lo que hace que una obra sea literaria.

Es la forma en que se utiliza el lenguaje donde está la clave de la literatura. Y en la poesía el lenguaje busca causar el máximo efecto estético con los menores recursos posibles. Por el contrario, en el cotidiano, nuestro uso del lenguaje busca el máximo entendimiento, mientras que lo estético queda en un segundo o tercer plano.

Ya era una joven adulta cuando me reencontré con la poesía, pero ahora sin pretender responder ¿de qué se trata el poema?, sino más bien, habitar la interrogante que abre el leer y no entender, pues las voces poéticas invitan al extrañamiento y desautomatización de la realidad. Por eso, cuando leo poesía, lo hago primero procurando leer de principio a fin, sin afanarme, pero sin detenerme en la incomodidad del “no entender” de qué se está hablando. Sigo leyendo pese a sentirme confundida, y como detective, trato de identificar un motivo que se repita, desde donde afirmarme para aventurar una interpretación.

Creo que poder leer la poesía de esta forma, sin juzgarse, es clave para disfrutarla.

 

 

Romina Reyes (Santiago, 1988). Escritora y periodista. Entre sus publicaciones están los libros Reinos (Overol), Ríos y provincias (Montacerdos) y el fanzine Parecíamos Eternas. Actualmente es tesista de la Maestría en Literatura Española y Latinoamericana de la UBA.

 
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