Ya no intento entenderlo todo: Niñas pirómanas de Dana Lima


En uno de los ocho cuentos de Niñas pirómanas (Imaginistas, 2024)
se falsea una voz para contar una historia incompleta.

Al tomar un lugar que no es el propio para decir, la personaje de ese relato (en la función de autora) especula con la ficción, que lejos de encerrarse en los recovecos de la identidad, busca armar u organizar una narrativa y, con ella, la existencia de ese tío, hermano de su papá, que la interpela en pleno luto. ¿Qué se llora, a quién se llora? Sigue una voz al escribir en las notas de una libreta incompleta, con apenas fotos y datos de archivo rellenados por él, por Antelmo, ese hombre del que nadie supo mucho más cuando el cáncer le quitó la voz, en esa familia que contaba las cosas a medias, y cuyo último deseo en vida sería ser incinerado y lanzado al mar junto a su alpaca. 

Aventuro una tesis al leer los cuentos de Dana Lima: Al ficcionar la historia del tío y su alpaca embalsamada, la autora nos muestra desde esa protagonista no solo un modo de lidiar con el duelo y la ausencia desde un revés casi luminoso. También, como si en el personaje desdoblara su autoría, accedemos a reconocer qué le confía la escritora a la ficción y cómo funciona su narrativa: echando mano al vacío, al punto ciego y al silencio, lo que muchas veces deriva en historias que desplazan algunas verdades o cierres como método, forzándonos a pensar, como la protagonista de “Luci” anotará a nombre de su tío: "Ya no intento entenderlo todo. Solo sigo adelante".

Niñas pirómanas (Imaginistas,2024) está compuesto por ocho relatos que conjuran realidades cercanas a la nuestra, a pesar de presentarnos a personajes en situaciones muy al límite: interpelados por sus deseos o los efectos de ese deseo, en un mundo en el que nada está dado, como el nuestro. Con un ojo casi cinematográfico, la autora construye escenas que escapan de la inmovilidad que persigue a sus personajes para mostrar un universo en movimiento y con respiraciones múltiples, que sortea infinitas posibilidades y en el que es posible que aparezcan, sin mucho preámbulo, un zorro que habla mientras agoniza y es devorado por quien lo atropelló; una alpaca embalsamada que es capaz de tomar una última respiración; o la vida que pasa mientras los deseos, los miedos, las ganas de incendiarlo todo se nos imponen.

El cuento que abre y titula el volumen nos introduce de inmediato en un estilo para contar: una escritura directa y en primera persona. Estrategia o modo que potencia la idea de estar accediendo a una intimidad a lo largo del libro, y también, una toma del lugar antes mencionado, a propósito de “Luci” y el ejercicio de esa protagonista de ponerse en la voz y el lugar de su tío. 

“Niñas pirómanas”, por su parte, va del recuerdo de la última noche en Miramar (Buenos Aires) de la protagonista y, con ella, de su amistad con Amalia y Vanina. Un trío de amigas que forjó y terminó su relación en vacaciones. Pero como suele ocurrir en los tríos de amigas, sobra una, porque a propósito de esa relación de a tres accedemos a la cercanía de lo que aparece en el vínculo entre dos. En este caso, de la protagonista con la que “más quería”: Amalia. La que tiene la mala costumbre de cortarse los brazos con una gillette y quien nos pone de plano frente a una relación de corte inocencia interrumpida entre las dos. 

Pero el peligro que acecha a las jóvenes al borde de la adolescencia y la adultez, no será la medusa que pica a la protagonista al inicio de ese último día con Amalia y Vanina en Miramar. Tampoco la fiesta a la que acuden sin permiso de sus padres —¿y de qué otro modo?—, ni el alcohol que compran de manera ilegal, ni que lo tomen de cabeza, ni esa casa abandonada que deciden incendiar de un momento a otro, estimuladas por no sabemos qué. A esta altura no importa, porque todo con ellas es seguir, no intentar entender:

"Amalia me agarró de la mano y nos echamos a correr.
A medida que nos acercamos a la playa, empecé a sentir que algo se fundía en mi mano, algo viscoso, caliente. Cuando miré, vi que Amalia se había quemado parte del brazo. Le solté la mano que tenía agarrada con fuerza y me alejé, su piel se desprendió y quedó pegada en la mía. La costra al rojo vivo sangró. Ella no dijo nada, tomó la punta de un pellejo y se lo sacó de un tirón; grité del dolor y la impresión que me dio verla despellejarse como si nada. Nos detuvimos en el medio de la costanera, estaba amaneciendo"
(19).

Lo notamos de pronto, el peligro está en ese fundirse con otra propio de la relación entre dos, y ya nos lo dijo Natalia Liritnova hace un tiempo: la nostalgia es un sello ardiente y a través de ella, lo vemos en la historia de las jovencitas de Miramar, podemos reconocernos y desconocernos, pues fundirse con otro no es una cosa tan ingenua, también se cruza en la vereda de nuestros deseos. Accedemos, entonces, a narraciones en primera persona que observan, describen y se cuestionan; a personajes que dicen poco, pero cuentan mucho. Como he dicho, el tono cercano genera intimidad con la lectora, exponiendo la trama —casi siempre compuesta por hechos concretos— desde una perspectiva reflexiva, aunque sin encerrarse en el "yo" como punto de partida y horizonte del relato. Las primeras personas, lejos de mantenerse fijas en su posición, entran en conflicto en el contacto con las posiciones de los otros.  

Un buen ejemplo de ello es “Los perros del parque”, un cuento cuya atmósfera evoca, por momentos, la de La última niebla de María Luisa Bombal, porque pareciera parte de una narrativa suspendida en el tiempo, por toda la inmovilidad que conlleva el ejercicio de contar la historia. En ese cuento, la figura apenas descrita que acecha a la protagonista desde el exterior de su departamento se impone en la mente de quien lea gracias a las piezas de información a las que el relato nos deja acceder de a poco. Más que mencionarla, describirla, contarla en palabras para que le demos cuerpo, la autora se encarga de hacerla aparecer, de hacerla visible sin necesidad de adjetivarla o fijarla directamente. Lima nos sugiere un enigma de peligro, y es difícil eso de que aparezca lo que no se describe directamente, pero como en el final de El bebé de Rosemary, acá el peligro se completa gracias al contexto, las subtramas de peligro que acechan a la protagonista, sus trabas diarias, los puntos de no retorno tanto en su cotidiano, con vecinos ruidosos, hasta en la fantasía suelta del miedo: con los mitos de la calle como un lugar de peligro para las mujeres; es tal el peligro que los perros desearían ser pumas.   

Mencioné antes el carácter cinematográfico de estos cuentos. Diría que Melodrama es un guiño directo a ese interés de su autora. En ese relato, Lima adopta el estilo de los guiones para narrar la historia de "una mujer que le prende fuego a su casa con la intención de escapar de la vida monótona que vive con su marido"(51). Mediante el uso de recursos como la voz en off, el storyline y el diálogo, el texto especula una historia desde la constitución de su trama, con sus formas y modos, para apostar nuevamente por el desplazamiento del conflicto. Y cada elección será sustancial para entregar un lugar a los hechos, a la tragedia más allá de su resolución, pues sabemos lo que ocurrirá desde el inicio y ese, lo tenemos claro ya, no es el punto de contar. 

En Niñas pirómanas sus protagonistas tienen deseos de otras vidas y también, sorpresivamente para ellas a veces, deseos de incendiarlo todo. Aunque no se vive solo de desearlo: también se requiere de la acción. Y aquí acción hay. A veces inesperada, a veces sin un quiebre total del conflicto, a veces como un desplazamiento. Quizás, sobre todo, hay la exploración de los deseos a través de la acción. Y por ese modo de conjurar dos cuestiones que se creen a veces distintas y distantes en un estilo narrativo, el libro se lleva toda la atención en sus páginas.


 

Gabriela Alburquenque (Santiago, 1995). Escribe, investiga y edita. Es directora de Revista Origami. Fue reconocida con el Premio Roberto Bolaño por su novela “Aviso de demolición” (Los libros de la mujer rota, 2022) y finalista del Premio Municipal de Santiago por el mismo libro. En 2023 publicó “Hacia una poética del silencio. María Luisa Bombal” (Editorial Catalonia), reconocido con el Premio de la Cátedra de Mujeres y Medios.

 
Siguiente
Siguiente

La delicada intimidad de leer en voz alta para otro